De Vaticano II a Abu Dabi: un debate entre Monseñor Schneider y Monseñor Viganò
El 4 de febrero de 2019, el Papa Francisco firmó junto con el gran imam de la mezquita de El Cairo un documento sobre la Fraternidad Humana para la Paz Mundial y la Convivencia Común. El 24 de febrero de 2019, el Padre Davide Pagliarani, superior general de la Fraternidad San Pío X, denunció esta "impiedad que desprecia el primer mandamiento de Dios y que dice a la Sabiduría de Dios, encarnada en Jesucristo que murió por nosotros en la Cruz, que 'el pluralismo y la diversidad de religiones' es 'una sabia voluntad divina'", y agregó que "tales palabras se oponen al dogma que afirma que la religión católica es la única religión verdadera (cf. Syllabus, proposición 21). Se trata de un dogma, y lo opuesto se llama herejía. Dios no puede contradecirse a sí mismo".
De Dignitatis humanæ a Abu Dabi a través de Asís
En un artículo del 31 de mayo de 2020, publicado el 1 de junio en LifeSiteNews, Monseñor Athanasius Schneider, obispo auxiliar de Astaná en Kazajstán, afirma que "no hay voluntad divina positiva o derecho natural a la diversidad de religiones", y demuestra que la Declaración de Abu Dabi es la consecuencia lógica de la libertad religiosa promovida por el Concilio Vaticano II. A continuación, incluimos los extractos más significativos de su artículo, que complementaremos útilmente con la lectura de su declaración del 4 de junio, titulada "No hay una fe común en Dios ni una adoración común de Dios compartida por católicos y musulmanes".
"Hay suficientes indicios de que entre la Declaración sobre la libertad religiosa del Concilio Vaticano II, Dignitatis humanae, y el Documento sobre la Fraternidad Humana, firmado conjuntamente por el papa Francisco y el jeque Ahmed al Tayeb en Abu Dabi el 4 de febrero de 2019, hay una relación de causa-efecto. En el vuelo de regreso de los Emiratos Árabes a Roma, el mismo papa Francisco dijo a los periodistas: 'Hay algo que me gustaría decir. Lo recalco con toda franqueza: desde el punto de vista católico, el Documento no se aparta un ápice del Concilio Vaticano II. Incluso lo cita varias veces. El Documento se redactó conforme al espíritu del Concilio Vaticano II'".
El prelado señala la ruptura introducida por la declaración conciliar Dignitatis humanæ, ya que establece "una teoría que jamás ha sido enseñada por el Magisterio constante de la Iglesia: a saber, que el hombre tiene un derecho fundamentado en su propia naturaleza, por el que no se debe obligar 'a nadie en materia religiosa a obrar contra su conciencia, ni se le debe impedir que actúe conforme a ella en privado y en público, sólo o asociado con otros, dentro de los límites debidos' (ut in re religiosa neque impediatur, quominus iuxta suam conscientiam agat privatim et publice, vel solus vel aliis consociatus, intra debitos limites, n. 2). Apoyado en esta afirmación, el hombre tendría el derecho, fundado en la propia naturaleza (y por tanto positivamente querido por Dios) de elegir, practicar y divulgar, incluso colectivamente, el culto a un ídolo y hasta el culto a Satanás, ya que existen religiones que lo adoran, por ejemplo, en la llamada "Iglesia de Satán". De hecho, en algunos países, la "Iglesia de Satán" tiene el mismo valor jurídico que todas las demás religiones.
"La única condición que exige Dignitatis humanae a la libertad religiosa es que se respete 'el justo orden público' (n. 2). De ese modo, una religión llamada "Iglesia de Satán" está autorizada a adorar al Padre de la Mentira, en tanto que respete 'el orden público' dentro de los debidos límites. Por consiguiente, la libertad de elegir, practicar y propagar el culto individual o colectivo a Satanás sería un derecho basado en la naturaleza humana, y por ende positivamente querido por Dios".
Monseñor Schneider distingue entre la facultad de elegir y de hacer el mal, por un lado, y el derecho a elegir y a hacer el mal, por el otro: "Ser libre de toda coacción externa para aceptar la única Fe verdadera es un derecho natural. Igualmente, otro derecho natural es que nadie puede ser obligado a hacer el mal (el pecado) ni poner por obra el error (una religión falsa). Eso no quiere decir, sin embargo, que Dios desea positivamente (derecho natural) que no se impida al hombre escoger, practicar y propagar el mal (pecado) o el error (religión falsa). Hay que tener presente esta distinción fundamental entre la facultad de elegir el bien o el mal, y el derecho a elegir y hacer el mal. Dios tolera el mal, el error y las religiones falsas; incluso tolera el culto de la llamada 'Iglesia de Satán'". - Sobre este tema, cabe remitirse al libro de Monseñor Lefebvre, "Le Destronaron", donde se hace claramente la distinción entre la libertad psicológica, o libre albedrío, y la libertad moral "que se refiere al uso del libre albedrío: buen uso si los medios elegidos conducen a la obtención de un buen fin, mal uso si no conducen a él". Esto demuestra que "la libertad moral es esencialmente relativa al bien".
En seguida, Monseñor Schneider llega a una conclusión lógica: "Para cualquier persona intelectualmente honesta, y que no busque cuadrar el círculo, está claro que la afirmación de Dignitatis humanae de que todo hombre tiene derecho, en virtud de su propia naturaleza (y por lo tanto sería un derecho positivamente querido por Dios) de practicar y difundir una religión según su conciencia, no difiere sustancialmente de lo que afirma la Declaración de Abu Dabi: "El pluralismo y la diversidad de religiones, color, sexo, raza y lengua son expresión de una sabia voluntad divina, con la que Dios creó a los seres humanos. Esta sabiduría divina es la fuente de la que proviene el derecho a la libertad de credo y a la libertad de ser diferente".
Ante tal confusión, el prelado expresa un deseo: "Con toda justicia podemos creer y esperar que un futuro pontífice o un concilio ecuménico corregirán las afirmaciones erróneas contenidas en la Declaración Dignitatis humanae del Concilio Vaticano II. Estos errores han desencadenado una serie de prácticas y doctrinas desastrosas, como el encuentro interreligioso de oración de Asís en 1986, y el Documento de Abu Dabi de 2019. Estas prácticas y doctrinas han contribuido enormemente, en la teoría y la práctica, a la relativización de la verdad divinamente revelada según la cual la religión nacida de la fe en Jesucristo, Hijo de Dios encarnado y único Salvador de la humanidad, es la única religión positivamente querida por Dios. La afirmación de Dignitatis humanae de que el hombre posee un derecho natural (positivamente querido por Dios) a que no se le impida elegir, ejercer y difundir, incluso públicamente, cualquier forma de religión conforme a su conciencia, y la contenida en el documento de Abu Dabi, según la cual Dios quiere que exista la diversidad de religiones, del mismo modo que ha querido que haya diversidad sexual (basada en la propia naturaleza del hombre), serán indudablemente corregidas algún día por el Magisterio pontificio de la Cátedra de San Pedro, la Cathedra veritatis. Ciertamente, la Iglesia católica es y siempre será, tanto en el tiempo (semper), como en el espacio (ubique) y en el consenso perenne (ab omnibus) 'columna y fundamento de la verdad' (1 Tm. 3,15)".
¿Corregir o condenar el Concilio Vaticano II?
En un artículo publicado el 10 de junio en Chiesa e post concilio, Monseñor Carlo Maria Viganò, exnuncio apostólico en los Estados Unidos, aprobó el análisis de Monseñor Schneider, pero sin compartir su punto de vista sobre una posible solución de la crisis doctrinal. En su opinión, más que una corrección, lo que debe hacerse es una condena del Concilio, como sucedió con el sínodo jansenista de Pistoya (18-28 de septiembre de 1786):
"El mérito del ensayo de Su Excelencia [Monseñor Schneider] consiste, primero que nada, en su comprensión del vínculo causal entre los principios enunciados -o implícitos- del Concilio Vaticano II y su consiguiente efecto lógico en las desviaciones doctrinales, morales, litúrgicas y disciplinarias que han surgido y se están desarrollando progresivamente hasta el día de hoy. El monstruo [en sentido etimológico: criatura fantasmal compuesta de elementos dispares tomados de varios seres reales. Nota del Editor] generado en los círculos modernistas podría haber sido, al comienzo, equívoco, pero ha crecido y se ha fortalecido, de modo que hoy se muestra como lo que verdaderamente es en su naturaleza subversiva y rebelde. La criatura concebida en aquellos tiempos es siempre la misma, y sería ingenuo pensar que su perversa naturaleza podría cambiar. Los intentos de corregir los excesos conciliares -invocando la hermenéutica de la continuidad- han demostrado no tener éxito: Naturam expellas furca, tamen usque recurret [Expulsa a la naturaleza, y con una horqueta regresará] (Horacio, Epist., I, 10, 24). La Declaración de Abu Dabi -y como Monseñor Schneider acertadamente observa, sus primeros síntomas en el panteón de Asís- 'fue concebida en el espíritu del Concilio Vaticano II', como lo afirma Bergoglio, orgullosamente".
Es por eso que el prelado romano expresa distintas dudas sobre la efectividad de la solución sugerida por Monseñor Schneider, según la cual: "podemos creer y esperar que un futuro pontífice o un concilio ecuménico corregirán las afirmaciones erróneas contenidas en la Declaración Dignitatis humanae del Concilio Vaticano II". Monseñor Viganò objeta: "Esto me parece ser un argumento que, aunque hecho con la mejor de las intenciones, debilita el edificio católico desde sus mismos fundamentos. Si de hecho admitimos que puede haber actos magisteriales que, por el cambio en la sensibilidad, son susceptibles de abrogación, modificación o diferente interpretación al paso del tiempo, caemos inevitablemente en la condenación del decreto Lamentabili [1907, decreto de San Pío X que condenó los errores del modernismo], y terminamos concediendo justificaciones a quienes, recientemente, y precisamente sobre la base de aquel erróneo supuesto, han declarado que la pena de muerte 'no es conforme al Evangelio', llegando incluso a modificar el Catecismo de la Iglesia católica.
Lo que Monseñor Viganò propone es una condena pura y simple: "Cuando en el curso de la historia se han difundido diversas herejías, la Iglesia siempre ha intervenido prontamente para condenarlas, como ocurrió en el tiempo del Sínodo de Pistoya de 1786, que fue en cierto modo un anticipo del Concilio Vaticano II, especialmente en su abolición de la comunión fuera de la Misa, la introducción de la lengua vernácula, y la abolición de las oraciones del Canon dichas en voz baja; pero especialmente en la teorización sobre el fundamento de la colegialidad episcopal, reduciendo la primacía del Papa a una función meramente ministerial. El releer las actas de aquel Sínodo causa estupor por la formulación literal de los mismos errores que encontramos posteriormente, aumentados, en el Concilio que presidieron Juan XXIII y Pablo VI. Por otra parte, así como la Verdad procede de Dios, el error es alimentado por el Enemigo, que odia a la Iglesia de Cristo y su corazón, la Santa Misa y la Santísima Eucaristía".
Esta reacción de Monseñor Viganò suscitó en Monseñor Schneider el deseo de precisar sus pensamientos en una Reflexión profunda sobre el Concilio Vaticano II y la crisis actual en la Iglesia, publicada en el blog de Jeanne Smits, el 24 de junio, donde retoma algunos elementos de su libro Christus Vincit. Cabe destacar el homenaje que hace a Monseñor Marcel Lefebvre:
"En este contexto, Monseñor Lefebvre, en particular, fue quien a una escala más amplia y con una franqueza similar a la de algunos de los grandes Padres de la Iglesia (si bien no fue el único que lo hizo), comenzó a protestar contra el debilitamiento y la dilución de la Fe católica y de la Santa Misa, que se estaba produciendo en la Iglesia, sustentado, o al menos tolerado, también por las autoridades de alto rango de la Santa Sede. En una carta dirigida al Papa Juan Pablo II, al comienzo de su pontificado, Monseñor Lefebvre describe de manera realista y apropiada, en una breve síntesis, la verdadera magnitud de la crisis de la Iglesia. Impresiona la perspicacia y el carácter profético de la siguiente afirmación: 'El diluvio de novedades en la Iglesia, aceptado y alentado por el episcopado, devasta todo en su camino: la fe, la moral, las instituciones de la Iglesia. No podían tolerar la presencia de un obstáculo, de una resistencia. Tuvimos entonces la elección de dejarnos llevar por la corriente devastadora y unirnos al desastre, o de resistir al viento y a las olas para salvaguardar nuestra fe católica y el sacerdocio católico. No podíamos dudar (...). Las ruinas de la Iglesia están aumentando: el ateísmo, la inmoralidad, el abandono de las iglesias, la desaparición de las vocaciones religiosas y sacerdotales son de tal magnitud que los obispos están comenzando a despertarse' [Carta del 24 diciembre de 1978. Nota del Editor]. Estamos ahora presenciando la culminación del desastre espiritual en la vida de la Iglesia, que Monseñor Lefebvre ya había señalado tan vigorosamente hace cuarenta años".
Monseñor Schneider también hace hincapié en el trabajo de análisis crítico del Concilio, efectuado desde hace 50 años: "Al abordar las cuestiones relativas al Concilio Vaticano II y a sus documentos, se deben evitar interpretaciones forzadas o el método de la 'cuadratura del círculo', manteniendo naturalmente todo el respeto y el sentir de la Iglesia (sentire cum Ecclesia). La aplicación del principio de 'la hermenéutica de la continuidad' no puede ser utilizado ciegamente a fin de eliminar a priori eventuales problemas evidentemente existentes, o para crear una imagen de armonía, mientras persisten en esta hermenéutica de la continuidad matices de incertidumbre e imprecisión. En efecto, tal enfoque transmitiría de manera artificial y no convincente el mensaje de que cada palabra del Concilio Vaticano II es inspirada por Dios, infalible y en perfecta continuidad con el Magisterio precedente. Dicho método infringiría la razón, la evidencia y la honestidad, y no rendiría honor a la Iglesia, porque, tarde o temprano – tal vez incluso después de cien años – la verdad será declarada tal como es. Existen libros con fuentes documentadas y demostrables, que proporcionan profundizaciones históricamente más realistas y verdaderas sobre los hechos y las consecuencias relacionadas evento del mismo Concilio Vaticano II, así como con la redacción de sus documentos y el proceso de interpretación y aplicación de sus reformas en las últimas cinco décadas. Son, por ejemplo, recomendables los siguientes libros, los cuales pueden ser leídos con provecho: Romano Amerio, Iota Unum: un estudio sobre los cambios en la iglesia católica en el siglo XX (1996); Roberto de Mattei, El Concilio Vaticano II: una historia nunca escrita (2010); Alfonso Gálvez, El invierno Eclesial (2011).
Discernir y denunciar
Haciendo un discernimiento entre los textos de Vaticano II, el prelado señala: "Algunos que critican al Concilio Vaticano II afirman que, si bien tiene aspectos buenos, es como un pastel con un poco de veneno, y entonces todo el pastel tiene que ser desechado. Pienso que no podemos seguir ese método, ni tampoco el que consiste en 'tirar lo bueno con lo malo'. Con respecto a un concilio ecuménico legítimo, aunque existan puntos negativos, debemos mantener una actitud global de respeto. Debemos valorar y estimar todo aquello que es real y verdaderamente bueno en los textos del Concilio, sin cerrar irracional y deshonestamente los ojos de la razón a aquello que es objetiva y evidentemente ambiguo, e incluso erróneo, en algunos de los textos. Es necesario recordar siempre que los textos del Concilio Vaticano II no son Palabra inspirada de Dios, ni son juicios dogmáticos definitivos o declaraciones infalibles del Magisterio, porque el mismo Concilio no tenía esa intención".
Pero este discernimiento no impide una denuncia del espíritu general que animó al Concilio, y que Monseñor Schneider define en estos términos: "En la vigilia del Concilio Vaticano II, una parte considerable del episcopado y de los profesores en la facultad teológica y de los seminarios estaba impregnada de una mentalidad modernista, definida esencialmente por el relativismo doctrinal y moral, así como por la mundanidad, es decir, el amor por el mundo. En la vigilia del Concilio, estos cardenales, obispos y teólogos adoptaron la forma mentis – el modelo de pensamiento– del mundo (cfr. Rm. 12, 2), queriendo complacer al mundo (cfr. GAL. 1, 10). Demostraron un claro complejo de inferioridad con relación al mundo".
Unos párrafos antes, hace esta observación: "A través del Concilio Vaticano II, y ya con el Papa Juan XXIII, la Iglesia comenzó a abrirse al mundo, a flirtear con el mundo y a manifestar un complejo de inferioridad frente a él. Sin embargo, los clérigos, en particular los obispos y la Santa Sede, tienen el deber de mostrar a Cristo al mundo, no a sí mismos. Vaticano II dio la impresión de que la Iglesia católica había comenzado a mendigar simpatía al mundo. Esto ha seguido sucediendo en los pontificados postconciliares. La Iglesia mendiga la simpatía y el reconocimiento del mundo; eso no es digno de ella, y no ganará el respeto de quienes buscan verdaderamente a Dios. La Iglesia debe mendigar la simpatía de Cristo, de Dios y del Cielo".
Un acto de arrepentimiento
En una entrevista concedida a Phil Lawler del sitio de noticias estadounidense Catholic Culture, publicado en francés en el blog de J. Smits el 27 de junio, Monseñor Viganò considera que la solución a esta crisis doctrinal, "en (su) opinión, yace ante todo en un acto de humildad que cada uno de nosotros, comenzando por la jerarquía eclesiástica y el Papa, debemos hacer: reconocer la infiltración del enemigo dentro de la Iglesia, la ocupación sistemática de los cargos clave de la Curia romana, seminarios y universidades, la conspiración de un grupo de rebeldes -entre los cuales, en primera línea, se encuentra la descarriada Compañía de Jesús- que ha logrado dar la apariencia de legitimidad y legalidad a un acto subversivo y revolucionario. También debemos reconocer la insuficiencia de la respuesta de los buenos, la ingenuidad de muchos, el miedo de otros, y el interés de aquellos que, a través de este complot, han podido obtener alguna ventaja".
Básicamente, el prelado romano desea un acto de arrepentimiento: "Tras la triple negación de Cristo en el patio de la casa del Sumo Sacerdote, San Pedro 'flevit amare', lloró amargamente. La Tradición nos dice que el Príncipe de los Apóstoles tenía dos surcos en las mejillas a causa de las lágrimas que derramó copiosamente a lo largo de su vida arrepentido de aquella traición. A uno de sus sucesores, a un Vicario de Cristo, le tocará ejercer plenamente su autoridad apostólica para retomar el hilo de la Tradición allá donde fue cortado. No será una derrota, sino un acto de veracidad, humildad y valor".
Una respuesta indirecta de la Santa Sede
En un artículo titulado "El desarrollo de la doctrina es la fidelidad en la novedad", publicado en Vatican News el 22 de junio, Sergio Centofanti, subdirector editorial del Dicasterio para la Comunicación, respondió, sin nombrarlo explícitamente, a Monseñor Viganò. La agencia suiza cath.ch no se equivocó al afirmar el 23 de junio: "la Santa Sede ha reaccionado a las críticas formuladas contra el Concilio Vaticano II por Monseñor Carlo Viganò, exnuncio en los Estados Unidos". ¿Pero es convincente este portavoz no oficial de la Santa Sede? Muy poco. Fue él mismo quien, en un artículo anterior de Vatican News, el 25 de mayo, sintió la necesidad de defender la encíclica de Juan Pablo II Ut unum sint, la cual se encuentra atrapada, según él, "entre profecía y resistencia", cuando debería ayudar a "mirar la realidad eclesial de hoy con un compromiso ecuménico renovado". ¿Este compromiso ecuménico se enfrenta a la resistencia de los anteconciliares obtusos o a la de los hechos obstinadamente testarudos? Esta cuestión no es contemplada por Sergio Centofanti, quien esta vez declara: "Ciertas críticas doctrinales del pontificado actual muestran una distancia progresiva pero cada vez más clara del Concilio Vaticano II. No de una cierta interpretación de algunos textos, sino de los textos del propio Concilio. Ciertas lecturas que insisten en oponer al Papa Francisco a sus predecesores inmediatos terminan, por lo tanto, incluso criticando abiertamente a San Juan Pablo II y Benedicto XVI, o en cualquier caso silenciando ciertos aspectos fundamentales de su ministerio, que representan avances evidentes del último Concilio." - Si el subdirector editorial del Dicasterio para la Comunicación volviera a leer cuidadosamente a Monseñor Schneider y a Monseñor Viganò, se daría cuenta de que sus críticas se refieren a la enseñanza conciliar y postconciliar, y no al magisterio anterior y posterior a la elección de Francisco.
Sergio Centofanti escribe sin rodeos: "El Concilio Vaticano II, con sus declaraciones Dignitatis Humanae sobre la libertad religiosa, y Nostra Aetate sobre el diálogo con las religiones no cristianas, da un salto que recuerda el Concilio de Jerusalén de la primera comunidad cristiana, el cual abrió la Iglesia a toda la humanidad. Frente a estos desafíos, Juan Pablo II afirmó que 'el pastor debe demostrar que está listo para la verdadera audacia'". Pablo VI le escribió a Monseñor Lefebvre que el Concilio Vaticano II no tenía "menos autoridad", y que era "incluso, en ciertos aspectos, más importante que el de Nicea" (Carta del 29 de junio de 1975). Para Sergio Centofanti esto no fue suficiente: el Concilio Vaticano II debe compararse con el Concilio de Jerusalén "de la primera comunidad cristiana". Y el salto realizado por el último Concilio le parece audaz, al igual que a Juan Pablo II. Lo que Centofanti ignora es que también existen saltos peligrosos donde el retorno a la tierra puede suceder de manera brutal.
Fuentes: LifeSiteNews/Chiesa e post concilio/blogue de J.Smits/Catholic culture/cath.ch/Vatican News/DICI - trad. à partir de benoitetmoi et J. Smits – FSSPX.Actualités - 27/07/2020