San José - Hombre Bueno, Humilde y Oculto

Fuente: Distrito de España y Portugal

EL HOMBRE HUMILDE

Humilde procede del latín húmilis: “pequeño”. S. José es un hombre humilde, pequeño, porque lo machacó, lo redujo, lo laminó la vida con su martillo de forja, Ese que moldea humildes ¡bien golpeó a S. José!

El trono de Israel, en legítima sucesión venía a parar en S. José. Él tenía conciencia de ello. Y el rey de Israel, el hijo de David, para que su esposa de a luz al primogénito, en la ciudad de David, no encuentra sino un establo, y por cuna un pesebre. Eso se llama martillar firme. Ante esa forja, aun el más grande, queda bien reducido, y bien pronto. ¿Cómo quedaría S. José, que estuvo metido en la forja toda la vida? En su taller de carpintería él trabajaba la madera; en ese otro taller el martillo le trabajaba a él. El mismo taller de carpintería fue también de doble acción: para la madera y para

él. Trabajaba y era trabajado. Luego venían los “cursillos intensivos”. No fue sólo el de Belén. Peores fueron los de Egipto. Días y días tirados por aquellos caminos...! ¡Cómo comerían! ¡Cómo pasarían las noches!... El Hijo de David, andando como un mendigo.



EL HOMBRE BUENO

S. José aparece como el hombre de alma buena. Incapaz de jugar a nadie una mala partida. Cuando apareció la Virgen María encinta, sin él saber nada, se mostró lo noble de su corazón. Otro, azuzado por los celos y por el resentimiento del honor ultrajado, según las apariencias, hubiese enseguida echado mano al desquite. Bien a mano lo tenía. Pero la esposa quedaría infamada y muerta a pedradas, como adúltera. Su corazón bueno no le permitiría hacer eso a S. José. Consideró atentamente a qué le obligaba la conciencia; y dentro de esa obligación, optó por la solución, para la Santísima Virgen menos pesada; aunque él quedaba peor parado: desaparecería y dejaría a su esposa encinta sin que se supiera por qué marchó.



EL HOMBRE OCULTO

En S. José se da algo llamativo. El Santo más grande; y sin embargo siglos y siglos envuelto en una niebla misteriosa. Unas poquitas veces hace el Evangelio mención de él y encima pasajera, ... y se acabó. También atrae la atención, en la infancia del Señor, que es donde S. José aparece, lo siguiente. En los pasajes más ruidosos, a S. José no se le nombra; siendo así que se le nombra en los otros. Van los pastores a adorar al Niño: "Y encontraron a María y José y al Niño reclinado en el pesebre" (Lc. 2, 16). Llegan los Magos, con gran ruido, y vieron al Niño con María, su madre ... (Mt. 2) ¿Y S. José? No está. El episodio de Simeón y Ana fue un poco sensacional; en él a María se la nombra expresamente; a S. José no, solo se menciona: Sus padres.

Cuando iba el Señor a comenzar su vida pública S. José es nombrado dos veces: Una por S. Lucas, con motivo de la genealogía de Jesús: pasaba por hijo de José. Otra por S. Mateo: "¿No es éste el hijo del artesano?" Nótese cómo es llamado: el artesano. Ni aun con su nombre propio. Y no aparece más S. José en toda la vida de Jesucristo.

Pasa la época evangélica. Sigue la era cristiana. La niebla que envuelve a S. José continúa. Cerca de mil quinientos años hubieron de pasar, para que apareciese en el breviario romano la fiesta de S. José. Y aun entonces con rito simple, que es el rito más modesto de la liturgia. Siempre el hombre escondido. Y se trata de la figura más grande del mundo, después de la Virgen María.