Reflexiones morales sobre el uso de internet

Fuente: Distrito de España y Portugal

La difusión de Internet ya es un hecho que salta a la vista de todos. Los hogares tradicionales no están exentos, ni aún los prioratos… Estimo que ha llegado el momento de hablar sobre el empleo de Internet.

Dejo expresamente de lado el aspecto ligado a las obscenidades de que este instrumento puede ser medio. Recuerdo solamente a los padres que dejar acceso libre a Internet a sus hijos es una imprudencia colosal: si en casa hay una conexión, la computadora tiene que estar en un lugar común, y por tanto, nunca en los dormitorios de los hijos.

En este artículo deseo considerar el empleo de Internet bajo otra perspectiva, moral también, pero de otro género. Me refiero a los distintos foros y otras listas de correo que atosigan nuestros correos electrónicos.

Todos somos teólogos

Internet, además de las ventajas que todos conocen, ofrece una muy digna de atención: el hecho de encontrarse tras una pantalla (y más aún si uno se escuda

tras un seudónimo que oculta la verdadera identidad), hace que uno se convierta inmediatamente en… ¡teólogo! Cosa extraordinaria, pero es así.



Hay personas que pasan años estudiando para conseguir un diploma en teología; otros, en cambio, se registran en cualquier foro o en alguna lista de correo,

y hélos ahí listos para difundir sus juicios radiantes entre los internautas sedientos de la verdad. Se dedican a disertar unos más que otros, apoyándose con citas de ilustres teólogos, ya sea sobre la infalibilidad papal, las canonizaciones, la validez de los sacramentos, la liturgia o el magisterio ordinario universal. Y esto, evidentemente, infligiendo muchos anatemas a aquellos que se atreven a poner en duda sus enseñanzas. Anathema… clic!



Pasma ver cómo se multiplican estos teólogos, que se aventuran hacia regiones donde otros, manifiestamente menos dotados que ellos, jamás se arriesgaron.

Ahora bien, dejando de lado toda ironía, quisiera hacer una reflexión. La teología es algo serio; tan serio, que no puede acometerse detrás de una pantalla. La

teología es la cima del saber. Si es cierto que la metafísica es la más alta de las ciencias humanas –es decir, de las ciencias que explican la realidad a la luz de

la razón natural–, la teología es más alta aún porque la luz que la ilumina es la luz misma de Dios.



Dios Nuestro Señor puede ser conocido mediante el empleo de las fuerzas naturales de la razón, a través de las criaturas, como autor del orden natural. Pero

existe también una «ciencia de Dios» que no puede adquirirse a través de la simple razón, ya que presupone que Dios mismo se haya dado a conocer a los

hombres mediante la revelación. Esa es la teología en sentido estricto.



Se comprende, pues, que el teólogo debe poseer perfectamente tanto la teología como los datos de la revelación, tal como ambas cosas son propuestas por el

Magisterio, a fin de realizar esta síntesis –convenientemente alimentada por la oración–, que es lo que distingue la verdadera teología de la discusión de café…

Antes que nada, el teólogo debe ser humilde. Luego, debe ser dócil a las inspiraciones de Dios, ya que lo que estudia es el objeto más elevado y más sublime.

De la unión de la humildad y de la docilidad nace el don de sabiduría.



Todo esto está absolutamente ausente de los foros y listas de correo, y desafío a cualquiera a que me pruebe lo contrario.

Guiado por el don de sabiduría, una teología del calibre de Santo Tomás de Aquino, teniendo que resolver un problema particularmente difícil, no atinaba a

hacer otra cosa que arrodillarse frente al Santísimo Sacramento. El Santísimo Sacramento… ¡y no una pantalla de computadora!

Copiar y pegar, o copiar y ensamblar

Otra de las grandes ventajas de Internet respecto a los otros medios de comunicación es el hecho de poder difundir la Buena Nueva con vertiginosa rapidez,

sin esfuerzo y gratuitamente.



Sin embargo, con la misma facilidad –y con consecuencias cien mil veces peores– también se puede difundir el error, o al menos la imprecisión, la calumnia,

el descrédito sobre una persona, la difamación, etc.



Esta simple comprobación tendría que hacer reflexionar al internauta antes de apretar el botón y difundir una noticia, un juicio, una opinión. Esto ya valdría

para cualquier persona, incluso para los que no se hacen ningún planteamiento moral. Con mayor razón, pues, el internauta católico debe proceder a una reflexión moral antes de hacer un «clic».



Un repaso a simple vuelo de pájaro sobre los foros católicos que se refieren a la Tradición nos lleva a descubrir con horror que estos últimos pululan difundiendo maldades, difamaciones e insinuaciones gratuitas. Uno se pregunta realmente si quienes escriben o difunden estas cosas piensan seriamente sobre lo que les concierne con respecto al octavo Mandamiento: «No levantarás falso testimonio».

Juzgo, luego existo

¿Qué podemos decir ante la proliferación de comentarios? Sonriendo y escribiendo con un teclado, algunos se convierten en columnistas, cronistas y sabios

inspirados, que creen que su pensamiento lleva a la pobre humanidad esa luz que hasta entonces le faltaba.



Entonces, incluso sin que nadie se lo haya pedido, difunden ampliamente por correo electrónico sus opiniones sobre todos los temas: la actualidad, la política,

la vida eclesial, etc. No existe cosa ni persona alguna que se escapen a su juicio, aunque se trate de un juicio temerario…



Si es verdad que la operación intelectual «juicio» es propia del hombre en cuanto ser racional, no existe ninguna obligación de emitir juicios sobre todo y sobre todos, máxime si nadie le ha solicitado tal cosa, y sobre todo si no se conocen los hechos. «No juzguéis y no seréis juzgados…; porque con la misma

medida con que juzgáis, seréis juzgados»
(Lc. 6 37).

Orientaciones útiles para todos

Todos recordarán la especial penitencia que San Felipe Neri puso a una mujer que vino a confesarse de tener la costumbre de hablar mal del prójimo. Para

hacerle comprender los terribles efectos de este pecado, el Santo le mandó desplumar un pollo caminando por las calles de Roma, después de lo cual debía

regresar a verlo. Así lo hizo la mujer, que vuelta a la presencia del Santo, le preguntó qué más tenía que hacer.



– Ahora volverá por todas las calles por las que caminó y recogerá una a una las plumas del pollo, sin dejar siquiera una.

– Pero, Padre, ¡lo que usted me pide es imposible! –exclamó desesperada la pobre penitente–. ¡Había tanto viento que todas las plumas han volado!

– Lo sé –dijo el Santo–, pero con eso quiero hacerle entender que su maledicencia se esparce igual que esas plumas.



Tendría que volver a aparecer otro San Felipe Neri para inventar una penitencia proporcional, destinada a todos cuantos difunden toneladas de maledicencias

y de pérfidos juicios…

Efecto transparencia

En fin, Internet permite compartir con otros los propios conocimientos, experiencias personales, etc. No solamente entre amigos, sino también con desconocidos. Se terminó la época del diario íntimo, lejos de las miradas curiosas. Ahora existe el blog, en el que se difunden por doquier los propios vicios y virtudes… Hay sitios web para todo… Las discusiones de carácter público adquieren dimensiones planetarias: es mucho más sabroso discutir en línea con un panel de participantes conectados. Como esas lindas disputas entre vecinos: dos personas discuten acaloradamente desde un balcón al otro, y la vecindad aprovecha para enterarse de un montón de cosas interesantes sobre los dos protagonistas y sus respectivas madres…



¡Muy bien! La ventaja de Internet es que el vecindario que interviene puede estar constituido por varias decenas de participantes seleccionados como «enviar

con copia», que envían y reenvían correos electrónicos de respuestas en un crescendo wagneriano. ¡Edificante! ¡Muy, muy católico!

El tiempo pasa y el hombre no se da cuenta

Para concluir, quisiera ahora subrayar otro aspecto. La computadora nos ha acostumbrado a razonar, actuar, comunicarnos, etc., con una rapidez inaudita.

Todo se mide en nano-segundos, es decir, en apenas millonésimas de segundos. De hecho, perdemos varios miles de ellos antes de haber tenido tiempo de terminar de escribir una palabra. El procesador de la computadora, en cambio, emplea bien el tiempo: no pierde ni siquiera un nano-segundo.



¿Cuánto tiempo (pero no ya en fracciones de segundo, sino en horas de sesenta minutos) dedican los hombres a escribir comentarios en foros, o a redactar

correos interminables? Uno se pregunta realmente de dónde sacan tanto tiempo… ¿Repararon ustedes, por ejemplo, en la hora del día en que se envían ciertos

correos o se registran ciertos comentarios? Medianoche, las dos de la madrugada, las cuatro y media de la mañana… Y al día siguiente, ¿qué hacen en la escuela o en el trabajo?



No creo que esto sea un buen modo de «redimir» el tiempo, como dice San Pablo, quien agrega que «los días son malos» (Ef. 5 16). Precisamente porque

son malos, deben aprovecharse para hacer el bien, cumpliendo con diligencia el deber de estado y sin desperdiciar el tiempo inútilmente.



«Serva tempus», esto es, «aprovecha el tiempo», solían escribir los antiguos en los relojes de sol. Un mensaje que habría que volver a escribir también en las

pantallas (apagadas) de las computadoras.