"No temas esta enfermedad, ni otra angustia. ¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre?"
“No es vano para vosotros levantaros temprano; porque Dios ha prometido la corona a los que vigilan”, nos dice la Santa Iglesia en el Invitatorio de Maitines durante la Cuaresma. Nos podemos, entonces, imaginar cómo se levantaba la Virgen María cada día, cómo buscaba en todo la gloria de Dios, el Cielo, su santificación; cómo crecía cada día en el conocimiento de Dios, en el amor y en el servicio de Dios y del prójimo. Nos podemos imaginar con qué pensamientos se levantaba cada día la Virgen Inmaculada, especialmente después del día de la Anunciación, cómo participaba de manera muy estrecha al misterio de nuestra Redención. Tota pulchra es, O María, tota pulchra es, et mácula non est in te… Veni, veni coronáberis – Toda hermosa eres, oh María, y no hay ninguna mancha en ti… Ven, ven, tú serás coronada.
En el relato sobre las apariciones de la Virgen de Guadalupe en el Tepeyac (Nican Mopohua en Náhuatl), la Virgen María, llena de gracia, nos muestra de manera hermosa la actitud que debemos tener y mantener delante de la enfermedad. Leamos el pasaje del encuentro de Juan Diego con la Virgen María en la tercera aparición. Ambos se habían levantado temprano…
La Virgen María salió al encuentro de Juan Diego de lado del monte, le cerró el paso y se dignó decirle: ¿Qué hay, hijo mío el más pequeño? ¿A dónde vas? ¿A dónde vas a ver?
Y Juan Diego contestó: Mi Virgencita, Hija mía la más amada, mi Reina, ojalá estés contenta; ¿cómo amaneciste? ¿Estás bien de salud?... Por favor, toma en cuenta, Virgencita mía, que está gravísimo un criadito tuyo, tío mío. Una gran enfermedad en él se ha asentado, por lo que no tardará en morir. Así que ahora tengo que ir urgentemente a tu casita de México, a llamar a alguno de los amados de Nuestro Señor, de nuestros sacerdotes, para que tenga la bondad de confesarlo, de prepararlo. Puesto que en verdad para esto hemos nacido: vinimos a esperar el tributo de nuestra muerte…
Y tan pronto como hubo escuchado la palabra de Juan Diego, tuvo la gentileza de responderle la venerable y piadosísima Virgen:
Por favor, presta atención a esto; ojalá que quede muy grabado en tu corazón, Hijo mío el más querido: no es nada lo que te espantó, te afligió; que no se altere tu rostro, tu corazón. Por favor, no temas esta enfermedad, ni en ningún modo a enfermedad otra alguna o dolor entristecedor. ¿Acaso no estoy yo aquí, yo que tengo el honor de ser tu madre? ¿Acaso no estás bajo mi sombra, bajo mi amparo? ¿Acaso no soy yo la fuente de tu alegría? ¿Qué no estás en mi regazo, en el cruce de mis brazos? ¿Por ventura aun tienes necesidad de cosa otra alguna? Por favor, que ya ninguna otra cosa te angustie, te perturbe; ojalá que no te angustie la enfermedad de tu honorable tío; de ninguna manera morirá ahora por ella. Te doy la plena seguridad de que ya sanó. (Y luego, exactamente entonces, sanó su honorable tío, como después se supo.)
He aquí al menos cuatro lecciones que podemos sacar de este encuentro:
1. Guardemos el espíritu sobrenatural delante de las enfermedades que Dios permite. Todo coopera al bien de las almas que aman a Dios y que perseveran en su amor, dice san Pablo. Que nada os turbe, dice Santa Teresa de Jesús. Todo es gracia, dicen los santos. Mantengamos nuestros ojos y nuestra mente fijos en Dios (Salmo 24), mirando a través de Dios todo lo creado, hasta las enfermedades, frutos de nuestros pecados.
2. Seamos humildes, como Juan Diego, que reconoce que en verdad para esto hemos nacido: vinimos a esperar el tributo de nuestra muerte. Como Juan Diego, vivamos con amor de los sacramentos, de la santa doctrina y de la oración. La humildad es la puerta del cielo. Aprovechemos esta oportunidad para cambiar de vida. Yo no quiero la muerte del pecador, dice Nuestro Señor, sino su conversión”.
3. Usemos bien el tiempo dado por Dios, preocupándonos de nuestra salvación y de la salvación del prójimo. “Ha llegado el momento de rezar el Rosario en nuestras casas de forma más sistemática y con más fervor que de costumbre. No perdamos nuestro tiempo ante las pantallas y no nos dejemos vencer por la fiebre mediática”, nos dice nuestro Superior General.
4. Aprovechemos estos tiempos para poner toda nuestra confianza en la Virgen Santísima, que nos dice claramente: Por favor no temas esta enfermedad, ni en ningún modo a enfermedad otra alguna o dolor entristecedor. ¿Acaso no estoy yo aquí, yo que tengo el honor de ser tu madre? ¿Acaso no estás bajo mi sombra, bajo mi amparo? ¿Acaso no soy yo la fuente de tu alegría? ¿Qué no estás en mi regazo, en el cruce de mis brazos? ¿Por ventura aun tienes necesidad de cosa otra alguna? Magníficat ánima mea Dóminum.
¡Gracias, oh María, por estas lecciones!
Toda hermosa eres, oh María… Ven, ven, tú serás coronada.