¿Es moralmente segura la vacuna contra el Covid-19?

Fuente: Distrito de España y Portugal

El presente artículo se ocupa exclusivamente de la respuesta a esta cuestión moral: tomando como base concreta el funcionamiento de una vacuna y la manera en que es elaborada, ¿es posible utilizar cualquiera de estas vacunas sin cometer pecado?

Cada quien es libre de opinar sobre el origen del Covid-19, sobre la forma en que se ha manejado en tal o cual parte, sobre la política de vacunación de un país determinado, sobre la vacunación en general; pero ninguno de estos elementos modifica la conclusión moral proporcionada aquí.

 

 

Este artículo está conformado por tres partes, necesarias para comprender el juicio moral realizado.

Un panorama general sobre la vacunación

El concepto de vacuna

La idea de preparar al cuerpo contra los efectos perjudiciales de venenos o agentes infecciosos no es nueva. Podría remontarse al Rey Mitrídates (132 - 63 a.C.). Se dice que este último solía consumir pequeñas cantidades de veneno para acostumbrarse a él. Esta idea puede observarse actualmente en la desensibilización, cuyo objetivo es reducir las reacciones inapropiadas en sujetos alérgicos. El sujeto entra en contacto con cantidades cada vez mayores de elementos a los que es sensible, para suprimir finalmente la reacción alérgica a estos elementos.

En la vacunación, el mecanismo es diferente. Consiste en administrar un agente infeccioso, en su totalidad o parcialmente, a veces solo su producción, para desencadenar la reacción del organismo y permitirle adquirir una inmunidad contra este agente.

De esto debe sacarse una primera conclusión importante. Las vacunas no hacen sino utilizar una propiedad del cuerpo humano o animal: su denominada capacidad de inmunidad para oponerse activamente a los agentes extraños que lo atacan. Por lo tanto, si un sujeto se infecta con el bacilo de Koch, agente de la tuberculosis, y se cura, creará una inmunidad contra una nueva infección: una inmunidad natural. Si otro sujeto es vacunado con el BCG (Bacilo de Calmette-Guérin), que proviene de un bacilo de Koch hecho inofensivo, también desarrollará inmunidad, producida por la vacuna: en este caso, es una inmunidad inducida, efectiva contra el bacilo de Koch.

Sin embargo, es evidente que esta inmunidad también es natural: lo único que difiere es la forma en que fue producida. Esta inmunidad inducida suele ser menos duradera, porque la reacción obtenida es menos importante que la que tiene lugar durante la enfermedad.

Los diversos tipos de vacunas

Hasta ahora, las vacunas se podían clasificar en dos categorías: las vacunas vivas atenuadas y las vacunas inactivadas.

En el primer caso, antes de administrarlo, se modifica el agente infeccioso para hacerlo inofensivo, pero conservando su capacidad antigénica, es decir, su capacidad de provocar una reacción inmunitaria. El caso del BCG es característico de este método. El sistema inmunológico ataca al agente vacunal y memoriza su intervención: entonces podrá defenderse contra un ataque del agente infeccioso.

Sin embargo, este tipo de vacuna está contraindicada en el caso de las personas inmunodeprimidas cuyo sistema inmunológico es deficiente, porque entonces existe el riesgo de una verdadera infección. Esto sucedió con la vacuna contra la viruela provocando varias tragedias.

En el caso de las vacunas inactivadas, el agente infeccioso está muerto; puede ser administrado total o parcialmente. Entre ellas, la vacuna contra el tétanos es un caso singular, puesto que no utiliza el agente infeccioso, sino la toxina que este produce, la cual es peligrosa, incluso mortal. Esta toxina se desintoxica antes de ser administrada, por lo que ya no representa un peligro, pero conserva su capacidad antigénica.

Las llamadas vacunas “proteicas” pueden asociarse a esta última categoría: el agente vacunal está compuesto únicamente por proteínas ubicadas en la superficie del virus, o por toda su superficie vaciada de su contenido.

Otra variante consiste en utilizar un virus inofensivo para los humanos, e introducir el agente vacunal en el objetivo celular (vector viral).

Las vacunas sintéticas

Desde hace diez años, se ha estudiado un nuevo tipo de vacuna. Originalmente estaba prevista para el tratamiento de enfermedades como el ébola o el zika. La idea fue retomada para la vacuna contra el Covid-19.

Como todos los seres vivos, el virus Covid-19 contiene material genético formado a partir de ácido ribonucleico (ARN). En los seres vivos, el ARN puede existir bajo diversas formas: como ARNm (mensajero) que transmite la información del ADN desde el núcleo celular a los sistemas de los usuarios; como ARNt (transferencia), que proporciona los elementos a ensamblar según el código del ARNm; como ARNr (ribosomal) que constituye los ribosomas, las plantas de fabricación de las proteínas.

El objetivo de la vacuna sintética es copiar una pequeña parte del virus implicado, bajo la forma de un ARNm. La parte elegida en el caso del Covid-19 es la que codifica la espícula, un elemento que permite que el virus se introduzca en las células.

Este ARNm vacunal se administra al sujeto y penetra en una célula, conduciendo a su multiplicación. Cuando sale de la célula, es considerado un elemento extraño, y es destruido por el sistema inmunológico. Como resultado, la persona adquiere una inmunidad inducida que le permitirá luchar contra una infección real por Covid-19.

La ventaja de este método es la velocidad de su fabricación. De hecho, los dos laboratorios que han anunciado resultados altamente satisfactorios utilizaron este método. El laboratorio ruso Gamaleya produjo una vacuna mediante un método similar, pero utilizando un "vector", es decir, un virus inofensivo para los humanos, para introducir el fragmento de ARN. Esto podría plantear un problema moral que se examinará más adelante.

La elaboración de las vacunas

El proceso de elaboración de una vacuna consta de tres etapas: diseño, producción y pruebas de laboratorio. Durante estas tres etapas, pueden surgir dificultades morales debido al entorno en el que se prepara la vacuna.

Cabe señalar de inmediato que las vacunas contra las enfermedades transmitidas por bacterias no están involucradas. De hecho, en este caso, el medio de cultivo es solo un conjunto de nutrientes que las bacterias utilizan como alimento: glucosa, agua, calcio, etc.

En el caso de las vacunas virales, la dificultad es la siguiente: cada una de las tres etapas de su elaboración puede requerir un cultivo de virus, siendo necesario para esto un medio compuesto por células vivas. En el caso particular de las vacunas sintéticas, esto solo ocurre en la fase de prueba.

Sin embargo, los virólogos utilizan tres tipos de células: células derivadas de órganos humanos o animales; líneas continuas1 que a menudo son de origen canceroso y se multiplican casi indefinidamente; y células embrionarias humanas, que también se multiplican durante mucho tiempo.

Las líneas embrionarias humanas

Entre estas últimas, actualmente existen al menos tres líneas que se originaron a partir de un aborto: la línea HEK-293, procedente de un feto abortado en 1972 en los Países Bajos, la línea MRC-5, procedente de un feto abortado en 1966 en Inglaterra, y la línea Per.C6, procedente de un feto abortado en los Países Bajos en 1985.

Por lo tanto, la producción de vacunas a partir del uso de células procedentes de fetos abortados tiene lugar desde la década de 1960, y ha dado lugar a la elaboración de diversas vacunas, como las que previenen la rubéola, la varicela, la hepatitis A y el herpes zóster.

En el proceso de elaboración de vacunas contra el Covid-19, estas células se utilizan para producir vectores virales (adenovirus), que transportarán al agente vacunal, o la proteína de la espícula del coronavirus, provocando una respuesta inmunitaria.

Desgraciadamente, las compañías farmacéuticas prefieren utilizar células procedentes de fetos en lugar de células adultas, que envejecen más rápido y dejan de dividirse. Las células fetales tienen también menos probabilidades de contaminarse con virus o bacterias, o de sufrir mutaciones genéticas.

 

Problemas morales planteados por el uso de líneas celulares procedentes de fetos abortados

La cuestión aquí radica en saber si podemos, o incluso en algunos casos, si estamos obligados a usar una vacuna que se haya desarrollado a partir de células procedentes de un aborto.

El crimen del aborto es tan abominable y está tan generalizado hoy en día, que a primera vista esta pregunta podría parecer innecesaria; automáticamente, la respuesta del católico es: no.

Sin embargo, en realidad, el problema puede ser extremadamente delicado, pues sucede que, en determinadas circunstancias sumamente particulares, podríamos vernos enfrentados a una obligación tan grave que podría suponer un verdadero caso de conciencia. En estos dilemas tan difíciles, el apoyo de la teología moral es esencial para examinar la situación en profundidad y discernir el bien a realizar.

Observaciones preliminares

Es importante destacar que las células fetales no se inyectan junto con la vacuna, como algunos creen: se utilizan únicamente para el cultivo de los virus y, además, son destruidas por los virus, al igual que las células infectadas en un enfermo. Sin embargo, esto no cambia en nada el problema moral.

También debe tenerse en cuenta que el problema no es el uso de las células fetales en sí mismas, porque estas podrían haberse obtenido de forma lícita: en caso de aborto espontáneo o involuntario. Es el hecho de que se obtuvieron mediante una mala acción: un aborto provocado.

Distinciones importantes

El principio que guía la reflexión en esta situación es el de la cooperación al mal. La pregunta general es: ¿está permitido cooperar al mal o al pecado de otros? La teología moral proporciona las explicaciones necesarias.

El hecho de ayudar a un pecador a cometer un pecado se denomina "cooperación al mal", independientemente de la ayuda brindada. Para que esto tenga lugar, la acción del cooperador debe tener una influencia real sobre la mala acción, a través de la ayuda brindada para producirla.

Para comprender esto hay que enmarcarlo con exactitud. Esto es crucial. Quienes ignoran estas precisiones corren el riesgo de juzgar incorrectamente la moralidad de una cooperación.

Se dice que esta última es inmediata cuando el cooperador comete junto con el pecador el acto mismo del pecado, por ejemplo, si ayuda al ladrón a tomar el botín y esconderlo. Este es también el caso de la asistencia quirúrgica que llevan a cabo junto con el abortista los determinados participantes de un aborto.

Se dice que la cooperación es mediata cuando el cooperador proporciona lo que necesitará el pecador —material, acción necesaria, medios— o lo que le permitirá cometer su pecado más fácilmente. Por ejemplo, el que sostiene la escalera al ladrón, o la enfermera que asiste al abortista.

Finalmente, esta cooperación mediata puede ser más o menos “cercana” o “remota”, en la medida en que la ayuda brindada influye en mayor o menor grado en el pecado cometido, o tiene una conexión mayor o menor con él. Por tanto, dar un ídolo a un pagano es una cooperación cercana. Pero vender la madera con la que se fabricará el ídolo corresponde a la cooperación remota.

Además, según la intención, distinguimos la cooperación formal: aquí el cooperador consiente voluntariamente al pecado que está ayudando a cometer. Por ejemplo, quien ayuda a un ladrón a vigilar, aprobando el pecado cometido, coopera formalmente. También será denominado "cómplice" por la ley.

La cooperación es material cuando el cooperador no quiere pecar, pero actúa previendo que el pecador abusará de su contribución para cometer un pecado. Por ejemplo, el dueño de un bar que accede a servir un par de bebidas a un cliente ya ebrio, solo por el dinero, participa en el pecado de embriaguez, pero no se asocia con la intención del borracho.

Los principios

- La cooperación formal es siempre ilícita y prohibida, porque solo considera el pecado en el que se coopera. El cooperador mismo busca el pecado.

- La cooperación inmediata, aunque sea solo material, es ilícita, porque constituye una mala acción, y la mayoría de las veces es un pecado idéntico al del pecador principal. Por ejemplo, un asistente de cirugía que participa en una esterilización (ligadura de trompas o vasectomía) comete el mismo pecado que el cirujano. Porque su acción influye directamente en el acto del pecado, que no podría cometerse sin su participación, o al menos con mucha más dificultad.

- La cooperación mediata puede ser lícita o ilícita. La mayoría de las veces, y por lo general, es ilícita. Porque siempre debemos tratar de evitar las malas acciones o evitar cooperar con ellas.

- Sin embargo, en ocasiones, debido a una utilidad real o una necesidad grave, podríamos tener que realizar un acto que, aunque bueno en sí mismo, constituye una cooperación mediata a una mala acción.

La utilidad o la necesidad en cuestión puede ser tan apremiante que estaríamos incluso exentos de la obligación de evitar la cooperación al mal. En este caso, se dice que existe una razón proporcionalmente grave para la cooperación lícita2.

Pongamos un ejemplo general: los distintos participantes posibles de un aborto.

- Cooperador inmediato: el asistente del cirujano que lleva a cabo una parte del aborto.

- Cooperador mediato cercano: el asistente que ayuda al médico pasándole los instrumentos.

- Cooperador mediato menos cercano: la enfermera que prepara a la mujer para el procedimiento.

- Cooperador mediato aún menos cercano: el encargado del mantenimiento del quirófano.

- Más lejano todavía: el que esteriliza los instrumentos necesarios.

- Cooperador remoto: el laboratorio que suministra los productos anestésicos y dilatadores, o el fabricante del instrumental quirúrgico: en ambos casos, el material suministrado puede ser utilizado para procedimientos médicos distintos al aborto.

- Cooperador muy remoto: la empresa que distribuye estos productos.

Suponiendo que todos sean culpables de cooperación material, la “proximidad” con respecto al pecado cometido es muy variable. ¿Deberíamos decir que todos y cada uno de estos cooperadores materiales están absolutamente obligados a abstenerse? ¿A toda costa?

La teología moral responde: No. Por ejemplo, en el caso del encargado de barrer el quirófano, la influencia sobre la mala acción es tan débil, que una razón como conservar su trabajo es suficiente para que pueda continuar.

Por el contrario, cuanto más fuerte sea la influencia ejercida, más grave debe ser la razón. Y cuando la proximidad es demasiado grande, ninguna razón puede servir de excusa. En este caso es necesario negarse, incluso si eso significa cambiar de trabajo.

Aplicación a las vacunas elaboradas con células procedentes de un aborto

Ahora identificaremos la cooperación de los involucrados en la elaboración o uso de una vacuna, en el caso de que esta se prepare con células obtenidas de un aborto. Se da por sentado que se trata de cooperación material, porque la cooperación formal es ilícita en todos los casos.

Quien fabrica o comercializa esta vacuna está cooperando al pecado del aborto de una manera que, aunque no se puede calificar como cercana, puede considerarse inmoral. Sin embargo, la culpa varía según el papel desempeñado.

El encargado de una empresa farmacéutica que se beneficia de un aborto practicado en el pasado tiene una mayor responsabilidad. Primero, porque podría no fabricar esta vacuna. Segundo, porque debería dejar de usar las líneas celulares en cuestión y elegir otras líneas que no planteen un problema moral, incluso si esto presentara algunos inconvenientes.

El investigador que elige las líneas celulares sobre las que trabajará se encuentra en una situación similar: se beneficia de un crimen pasado.

Pero el técnico de laboratorio que no es más que un ejecutor, o el conductor del camión que distribuye la vacuna, tienen solo una cooperación remota y, por lo tanto, aceptable, especialmente en el segundo caso.

El médico que vacuna a un paciente, o el paciente que recibe la vacuna, tienen solamente una cooperación remota, porque estos actos no fomentan ni promueven el pecado del aborto más que de una manera extremadamente remota y leve. Por lo tanto, por razones de salud suficientes, tales actos podrían estar moralmente permitidos.

Por ejemplo, una joven que se va a casar puede recibir la vacuna contra la rubéola, aun cuando esta vacuna casi siempre se elabora a partir de células fetales procedentes de un aborto. La razón de esto es el peligro para el niño: si una mujer contrae la rubéola durante su embarazo, especialmente durante el primer trimestre, el riesgo de malformaciones -oculares, auditivas o cardíacas- es significativo. Estas malformaciones son permanentes.

Sin embargo, si existe una vacuna elaborada con células no procedentes de un aborto, y esta vacuna estuviera disponible, entonces esta es la que debe utilizarse.

 

Aplicación al caso de la vacuna contra el Covid-19

Lo que nos interesa aquí es la siguiente cuestión: el aspecto moral del uso de una vacuna anti-Covid con respecto a su elaboración o fabricación.

Líneas celulares utilizadas en el marco de la vacuna contra el Covid-19

Hemos incluido en el documento adjunto a este artículo la lista completa de vacunas en fase de preparación. Este documento especifica la empresa responsable, y el posible uso de células procedentes de fetos abortados en cualquiera de las fases de elaboración: diseño, producción y pruebas.

Lista de vacunas en fase de preparación:

[[{"fid":"131255","view_mode":"media_link","fields":{"format":"media_link","alignment":""},"type":"media","field_deltas":{"1":{"format":"media_link","alignment":""}},"link_text":"lista_de_vacunas_actualmente_en_fase_de_elaboracion.pdf","attributes":{"class":"media-element file-media-link","data-delta":"1"}}]]

Juicio moral de acuerdo con los principios establecidos

Dado que algunas de las vacunas propuestas no han sido elaboradas ilícitamente, su uso no plantea un problema moral desde este punto de vista. Por lo tanto, deben preferirse a las otras.

Las que han sido elaboradas de un modo moralmente ilícito, deben excluirse en la medida de lo posible.

Pero ¿qué pasa si, en un caso particular, una persona se encuentra en la necesidad de vacunarse, sin poder obtener una vacuna “lícita”, y teniendo a su disposición únicamente una vacuna "ilícita"? Esto podría suceder por motivos de salud: una persona mayor vulnerable; o debido a la situación profesional: personal médico expuesto; o incluso por motivos profesionales, como tener que realizar un viaje en avión, porque ya existe al menos una aerolínea -Qantas en este caso- que ha advertido que, en cuanto las vacunas estén disponibles, exigirá que sus pasajeros estén vacunados. Es altamente probable que muchas aerolíneas adopten rápidamente este requisito.

Como la cooperación es solo remota, y la razón aducida es suficientemente grave, en estos casos es posible utilizar dicha vacuna. Corresponderá a cada persona juzgar, con la ayuda de una orientación adecuada, qué tan real es esta necesidad.

Es preciso afirmar claramente que en este caso nos encontramos en el ámbito de un juicio de prudencia, que no puede ser igual para todos ni en todos los casos. La teología moral nos dice lo que es lícito o ilícito. Nos proporciona los principios. Pero corresponde a la prudencia personal juzgar su aplicación según sea el caso.

En cuanto a los elementos externos a esta cuestión [la licitud en función de la procedencia y elaboración de la vacuna], estos pertenecen al ámbito de la opinión personal. Como sucede con cualquier opinión que no puede ser demostrada de manera absoluta, es inútil e imposible querer imponerla a todos. Cada quien es libre de opinar sobre el origen del Covid-19, sobre la forma en que se ha manejado en tal o cual parte, sobre la política de vacunación de un país determinado, sobre la vacunación en general; pero ninguno de estos elementos modifica la conclusión moral proporcionada aquí.

Una última observación

Cabe señalar que, además del caso de estas vacunas que hemos estudiado, la cooperación al mal se presenta en muchas situaciones análogas: estas últimas pueden ser abordadas y resueltas según los mismos principios morales. Por ejemplo:

¿Deberíamos dejar de pagar impuestos, por ejemplo, en Francia, porque una parte del dinero se destina al reembolso de los abortos practicados o a la reproducción asistida?

¿Deberíamos aceptar recibir suministros de un farmacéutico que vende productos ilícitos: abortivos, preservativos, anticonceptivos? ¿No sería esto una forma de alentarlo?

¿Deberíamos aceptar ser tratados por un médico que aprueba el aborto y que receta anticonceptivos?

¿Deberíamos ir a un centro comercial o una librería que vende revistas y periódicos malos?

¿Debería un cajero negarse a recibir el pago de un cliente que quiere comprar un DVD con contenido malo? Es evidente que la lista podría seguir indefinidamente.

Tomaremos el último ejemplo del Nuevo Testamento: ¿Es lícito comer idolotitos, es decir, carne sacrificada a los ídolos (1 Corintios 8:1)?

Para comprender adecuadamente esta cuestión, es importante saber que toda la carne consumida en la Antigüedad pasaba necesariamente por los templos. Además, sólo hay una palabra en griego, mageiros (utilizada exclusivamente en masculino), para designar al sacerdote, al carnicero y al cocinero: quienes querían abstenerse de comer carne inmolada, no tenían otra opción.

Cabe añadir que el pecado de idolatría es uno de los más graves, ya que es dirigido contra Dios mismo.

La respuesta que da San Pablo es: está permitido comer de estas carnes, a menos que esto escandalice al prójimo. Esto significa que quien consume esta carne no participa del pecado de idolatría. De lo contrario, San Pablo no podría haber respondido de este modo.

Asimismo, quien se encuentre en una situación de cooperación material suficientemente remota en el uso de una vacuna contra el Covid-19, cuya fabricación procede de una de las líneas celulares antes mencionadas, no participa en el pecado de aborto cometido hace 35, 48 o 54 años.

No obstante, como ya se ha dicho, debemos, en la medida de lo posible, evitar la cooperación al mal, incluso material, y si hay otra opción, elegir la vacuna que no plantea ningún problema moral.

Sin embargo, no debemos conformarnos con esta deplorable situación sin hacer nada al respecto. Los católicos influyentes deben hacer uso de todo su poder para alentar a la industria farmacéutica a desarrollar sus nuevas vacunas utilizando soportes celulares que no planteen ninguna dificultad moral.