Comentario a la Epístola y Evangelio del III Domingo de Adviento
COMENTARIO A LA EPÍSTOLA
En efecto, debemos alegrarnos en el Señor; el Profeta y el Apóstol están de acuerdo en avivar nuestras ansias del Salvador: uno y otro nos anuncian la paz. Estemos, pues, tranquilos: El Señor está cerca; está cerca de su Iglesia; está cerca de cada una de nuestras almas. ¿Será posible que estemos junto a un fuego tan ardiente y permanezcamos helados? ¿Es que no sentimos ya su venida, a través de todos los obstáculos que le oponían su excelsa dignidad, nuestra profunda miseria y nuestros numerosos pecados?
Mas Él todo lo arrolla. Unos pasos más y estará entre nosotros. Salgárnosle al encuentro, por medio de estas oraciones, súplicas y acción cle gracias de que nos habla el Apóstol. Dupliquemos nuestro fervor y celo, para unirnos a la Santa Iglesia, cuyos deseos van a dirigirse cada día más encendidos hacia Aquel que es su luz y su amor.
COMENTARIO AL EVANGELIO
En medio de vosotros está el que vosotros no conocéis, dice San Juan Bautista a los enviados de los Judíos. Puede, por consiguiente, estar el Señor cerca; puede incluso haber venido, y no obstante eso, permanecer desconocido para muchos. Este Cordero divino es el consuelo del santo Precursor, quien considera un gran honor ser simplemente la Voz que invita a los hombres a preparar los caminos del Redentor. En esto es San Juan el símbolo de la Iglesia y de todas las almas que buscan a Jesucristo. Su gozo por la llegada del Esposo es completo; pero a su alrededor existen hombres para quienes este divino Salvador no significa nada. Pues bien, estamos ya en la tercera semana de este santo tiempo de Adviento; ¿están todos los corazones conmovidos por la gran noticia de la llegada del Mesías? Los que no quieren amarle como a Salvador, ¿le temen al menos como a Juez? ¿Han sido enderezados los caminos tortuosos? ¿piensan humillarse las colinas? ¿han sido atacadas seriamente la sensualidad y la concupiscencia en el corazón de los cristianos? El tiempo apremia: ¡El Señor está cerca! Si estas líneas cayeran bajo los ojos de quienes duermen, en vez de vigilar esperando al divino Infante, les conjurariamos para que abriesen los ojos y no retardasen por más tiempo el hacerse dignos de una visita, que será para ellos un gran consuelo en el tiempo, y un refugio seguro contra los terrores del último día. ¡Oh Jesús! envíales tu gracia con mayor abundancia todavía; oblígales a entrar, para que no se diga del pueblo cristiano, lo que San Juan decía de la Sinagoga: En medio de vosotros está el que vosotros no conocéis.
Fuente: El Año Litúrgico - Dom Prosper Gueranger