Comentario a la Epístola y Evangelio del Domingo infraoctava de Navidad

Fuente: Distrito de España y Portugal

Comentario a la Epístola

El Niño, nacido de María, recostado en el pesebre de Belén, eleva su débil voz hacia el Padre de los siglos, y le llama ¡Padre mío! Se vuelve a nosotros y nos dice ¡Hermanos míos! Por consiguiente, también nosotros podemos decir Padre nuestro, al dirigirnos a su eterno Padre. Este es el misterio de la adopción divina que se nos revela estos días. Todo ha cambiado en el cielo y en la tierra: Dios no tiene solamente un Hijo, sino muchos; en adelante, no somos en su presencia simples criaturas sacadas de la nada, sino hijos de su amor. El cielo no es sólo el trono de su gloria; sino también herencia nuestra; tenemos allí nuestra parte asegurada junto a la de Jesús, nuestro hermano, hijo de María, hijo de Eva, hijo de Adán por su naturaleza humana, como es al mismo tiempo en unidad de persona, Hijo de Dios por su naturaleza divina, Pensemos sucesivamente en el bendito Niño que nos ha merecido todos estos bienes, y la herencia a que nos ha dado derecho. Maravíllese nuestro espíritu de tan alta distinción concedida a simples criaturas, y demos gracias a Dios por tan incomprensible beneficio.

Comentario al Evangelio

El curso de los relatos evangélicos obliga a la Iglesia a presentarnos ya al divino Niño en brazos de Simeón, quien profetiza a María la suerte futura del hijo que ha dado al mundo. Aquel corazón de madre, completamente sumergido en las alegrías de tan maravilloso nacimiento, siente ya la espada que la anuncia el anciano del templo. El hijo de sus entrañas habrá de ser, por tanto, una señal de contradicción en la tierra; el misterio de la adopción divina del género humano no podrá realizarse sino por medio del sacrificio de este Niño cuando llegue a hombre. Mas, nosotros, redimidos por su sangre, no debemos precipitar demasiado los acontecimientos. Tiempo tendremos de contemplar al Ernmanuel en medio de los trabajos y sinsa-bores; hoy se nos permite todavía no ver en El más que al Niño que nos ha nacido y alegrarnos con su venida. Oigamos a Ana que nos habla de la redención de Israel. Consideremos la tierra, regenerada con el nacimiento de su Salvador; admiremos y estudiemos con humilde amor, a Jesús, lleno de sabiduría y de gracia y que acaba de nacer ante nosotros.