Comentario al Evangelio de la Fiesta de la Inmaculada Concepción

Este es el saludo que trae a María el Arcángel bajado del cielo. Todo en él respira admiración y el más profundo respeto. Nos dice el santo Evangelio que la Virgen se turbó al oír estas palabras, y que se preguntaba a sí misma el significado de aquel saludo. Las sagradas Escrituras nos dan cuenta de otros muchos saludos y ninguno contiene tales alabanzas, como hacen notar los Padres, entre otros San Ambrosio, y San Andrés de Creta, siguiendo a Orígenes. Debióle, pues, extrañar a la prudentísima Vigen un lenguaje tan halagador, y sin duda pensó, como observan los autores antiguos, en el diálogo de Eva con la serpiente en el paraíso. Quedóse, pues, en silencio, y esperó para contestar a que el Angel hablase por segunda vez.
No obstante eso, Gabriel se había expresado no sólo con elocuencia, sino con toda la profundidad de un Espíritu celestial iniciado en los divinos designios; en su lenguaje sobrehumano anunciaba que había llegado el momento en que Eva debía trasformarse en María. Tenía ante él a una mujer, destinada a la más sublime grandeza, a ser la futura Madre de Dios; pero, en aquel solemne momento era todavía una simple hija de los hombres. Calculad ahora la santidad de Maria en ese primer estado tal como la describe Gabriel; fácilmente comprenderéis que ya se ha realizado la profecía hecha por Dios en el paraíso terrenal.
Declárala el Arcángel, llena de gracia. ¿Qué significa eso sino que esta segunda mujer posee en sí aquello de que el pecado privó a la primera? Y notad que no dice solamente que en ella obra la gracia divina, sino que está repleta de ella. “En los demás reside la gracia, dice San Pedro Crisólogo, pero en María habita la plenitud de la gracia.” Todo en ella resplandece con pureza divina y ninguna sombra de pecado ha empañado nunca su hermosura. ¿Queréis penetrar el alcance de la expresión angélica? Preguntádselo a la lengua de que se sirvió el narrador de esa escena. Según los gramáticos, la palabra que emplea va aún más lejos de lo que nosotros indicamos con la expresión “llena de gracia”. No sólo se refiere al estado presente, sino también al pasado; es una asimilación nativa de la gracia, un don pleno y perfecto, una permanencia total. El término perdió necesariamente su energía al traducirlo.
Si tratamos de buscar un texto análogo en la Escritura, para penetrar mejor en el sentido de la expresión por medio de una confrontación, podemos encontrarlo en el Evangelista San Juan. Al hablar de la humanidad del Verbo encarnado, la describe con una sola palabra: dice, que está “llena de gracia y de verdad”. ¿Seria real esa plenitud, si hubiera existido un solo instante, en que el pecado hubiera ocupado el lugar de la gracia? ¿Podríase llamar lleno de gracia quien hubiera tenido necesidad de ser purificado? Naturalmente hay que considerar respetuosamente la distancia que separa a la humanidad del Verbo encarnado, de la persona de María, en cuyo seno tomó el Hijo de Dios esa humanidad; pero el sagrado texto nos fuerza a confesar que en la una y en el otro reinó la plenitud de la gracia, proporcionalmente.
Continúa Gabriel enumerando los tesoros sobrenaturales de María. “El Señor es contigo”, la dice. ¿Qué significa eso sino que antes de con cebirle en su casto seno, ya le posee en su alma? Ahora bien, podrían subsistir esas palabras si hubiéramos de entender, que su unión con Dios no fué perpetua, y que sólo se efectuó después de la expulsión del pecado. ¿Quién osaría afirmarlo? ¿Quién osaría pensarlo, siendo el lenguaje del Angel tan majestuoso? ¿No se siente aquí con evidencia el contraste entre Eva, donde el Señor no mora, y la segunda mujer, la cual le recibió en si como Eva desde el primer momento de su existencia, y le conservó con fidelidad, permaneciendo siempre en su estado primitivo?
Fuente: El Año Litúrgico - Dom Prosper Gueranger