CÑ 49 - El examen de conciencia

Carta a los niños 49 | El examen de conciencia
Una noche volvía San Juan Bosco a Turín, con gran deseo de ver a sus muchachos. Iba rezando cuando, de repente, oye pasos y ve que se acerca una sombra. Una voz seca le dijo: “La bolsa o la vida”. Sorprendido, el santo se detiene y alcanza a ver a un enmascarado que le apunta con una pistola. Nuevamente: “La bolsa o la vida”.
El santo, con la mayor naturalidad, le contestó: “te he reconocido la voz, eres Antonio”. Cambiando el tono, el enmascarado repitió: “rápido, la bolsa o la vida”. “Antonio”, replicó el hombre de Dios, “no intentes disimularlo. Te conozco bien ¿Qué haces a estas horas y por estos sitios?”.
El enmascarado cayó al suelo de rodillas y le dijo: “padre mío, es verdad, soy yo, no os había reconocido, perdón”. Antonio era un joven de buena familia, que de chico comenzó a hacer picardías hasta que degeneró en ladrón. Don Bosco lo había conocido en la cárcel y lo había confesado. Por eso lo reconoció.
“No tienes que pedirme perdón a mí”, le dijo el santo levantándolo, “sino a Dios. Me habías prometido que no volverías a cometer estas fechorías, ¿no ves que esto es grave, y podrías morir en cualquier momento? ¿Has pensado en esto?”.
“Padre mío, perdón. ¿Hay misericordia todavía para mí?”. “Por supuesto, ven acá que te confieso”. Lo llevó a un costado del camino y se sentaron. Pero antes de comenzar propiamente la confesión, lo ayudó a prepararse haciendo con él un buen examen de conciencia.
Es muy importante que antes de la confesión nos dispongamos bien, realizando un examen de conciencia. Es la primera condición para una buena confesión. Como este sacramento es un “tribunal divino” donde se dicta una sentencia, es necesario que se conozcan bien los pecados de los reos. ¿Acaso un juez puede dictar una sentencia sin conocer la causa que juzga? Además, ¿cómo podría aconsejar un buen médico a su paciente si no conoce bien la enfermedad? Para que el sacerdote pueda dar las recomendaciones adecuadas, necesita que le digan todos los pecados con exactitud. Y si no hacemos un buen examen de conciencia, no recordaremos nuestras faltas, y ante los ojos de Dios parecería que no nos importa mucho el haberlo ofendido…
Pasó en una misión, que se presentó un joven ante el misionero con la intención de confesarse. Apenas lo vio, se dio cuenta de que venía muy distraído por la manera en que se acercaba. En efecto, no se había preparado bien, y como no sabía qué decir, el padre comenzó a preguntarle: “¿cometió algún pecado contra el primer mandamiento?”. “Sí”… “¿Contra el segundo?”. “No”… ¿Y contra el tercero…cuarto…quinto…? Hasta que le preguntó: “¿contra el undécimo mandamiento?”. “Sí”. “¿Y contra el duodécimo?”. “No”.
“Hijo mío”, le dijo el misionero clavando los ojos en aquel desdichado mozo, “¿cuántos mandamiento hay?”. El joven le respondió con orgullo: “los mandamientos son diez”. E inmediatamente cayó en la cuenta de su sacrílega farsa. Rompió a llorar, y le pidió perdón al sacerdote por no haberse preparado, rogándole que le ayudara a hacer una buena confesión…
RP Gastón DRIOLLET, fsspx