CÑ 45 - La acción de gracias

Fuente: Distrito de España y Portugal

Carta a los niños 45 | La acción de gracias

Un piadoso rey de Aragón tenía la cristiana costumbre de dar gracias al final de cada comida, pues le parecía natural agradecer a Aquel que nos otorga el “pan cotidiano”. Lamentablemente, algunos de su corte se burlaban de este hábito, diciendo que eso era propio de los frailes en los conventos. Entonces el rey quiso darles una lección.

Llamó un día a un pobre mendigo de la calle y le dijo: “Me he compadecido de tu miseria y quiero invitarte a mi palacio a un banquete, en el cual yo mismo te serviré. Pero sólo te mando una cosa: comerás y comerás todo lo que te ponga, no me dirás nada, y ni siquiera me mirarás; cuando no esté a tu lado te robarás los cubiertos más lujosos y, al final, te levantarás y te marcharás sin decirme la más mínima palabra de gratitud”.

Muy duras le parecieron al mendigo las condiciones, ya que tenía buen corazón, pero como el rey se lo ordenaba, no le quedó más remedio que aceptar, muy a pesar suyo.

Y así sucedió. El día señalado, llegó el mendigo, se sentó a la mesa y actuó tal cual se lo mandó el rey. Comió todo con grandes ansias, no le dirigió ni la palabra ni la mirada al monarca, que le servía bondadosamente. Los miembros más importantes de la corte ya habían quedado asombrados de la invitación y generosidad del rey, pero lo que les dejaba sin habla era la actitud del mendigo.

Comía y comía, el pobre, sin decir nada, y cuando podía alargaba la mano y se metía dentro del bolsillo alguno de los cubiertos de plata que encontraba en la mesa. Los magnates de la corte se quedaron callados, esperando que el rey se diera cuenta de la canallada del mendigo. Al terminar, el pobre se levantó y se retiró sin decir nada ni mirar a nadie.

Aquello fue demasiado. Los miembros de la corte se arrojaron sobre él gritando: “¡Ladrón, ingrato!”. Pero en aquel momento el monarca intervino diciendo: “¡Soltadlo inmediatamente! Conozco a otros tan culpables como él. ¿No es acaso Dios el que nos da el pan de cada día? ¿No nos vienen de Él todos los bienes? Y yo os he visto sentaros a la mesa, hartándoos de comer, y nunca dar gracias a Dios. ¿No sois tan culpables como él?”.

Los miembros de la corte se quedaron helados ante tal lección.

Ahora bien, muchas veces, cuando nos retiramos de la Iglesia después de haber comulgado, nos hacemos nosotros tan culpables ante Dios como esos cortesanos ingratos. ¿Cuánta ingratitud y falta de respeto al comulgar? Algunos van mirando a todos lados, otros se van riendo de los demás, y al llegar a su lugar se sientan sin rezar nada, como si lo que acaban de hacer no tuviera tanta importancia. Y al terminar la misa se van inmediatamente, como si alguien los empujara hacia afuera.

Aprendamos a ser agradecidos con Dios, que tantos beneficios nos da, sobretodo en la comunión en la que Él mismo se ofrece a venir a nuestras almas.