CÑ 44 - Disposiciones para comulgar

Carta a los niños 44 | Disposiciones para comulgar
Como sabemos por el catecismo N. S. Jesucristo es Dios, y Dios es infinito. Por tanto, en cada comunión podemos recibir una infinitud de gracias. Es más, una sola basta para hacernos los más grandes santos. ¿Por qué, entonces, vemos que no somos tan santos como debiéramos, si comulgamos tan a menudo? Porque nos acercamos a comulgar con un corazón pequeño. Todo depende de nuestras disposiciones y, sobre todo, de la caridad. Nuestra alma es como un recipiente. Si ese recipiente es pequeño, poca agua entrará en él. Si fuera más grande, más cantidad de agua podrá recibir. De un modo parecido, si vamos a comulgar con un corazón con poco amor a Dios, poca gracia recibiremos, pero si vamos a comulgar con un corazón grande de deseos y amor a Dios, seremos rápidamente santos, porque N. S. será generoso y nos colmará de las riquezas de la gracia divina.
Uno de los hombres más sabios del mundo, el gran San Agustín, se encontraba un día rezando delante del sagrario y le decía a su Dios, con toda la vehemencia de su alma y con todo el fuego de su corazón: “Jesús mío, te amo con todas mis fuerzas, y porque te amo me arrepiento de haberte ofendido tantas veces en mi vida pasada”.
Y oyó una voz divina que le decía: “Agustín, ¿cuánto me amas?”.
“Señor”, contestó el santo, “si todas la sangre de mis venas fuera aceite, yo quisiera que ese aceite de mis venas se consumiera por vuestro amor, como se consume el aceite de la lámpara que está al lado de los sagrarios”.
Y la misma voz divina le replicó: “Agustín, ¿nada más?”.
“Señor”, añadió el gran santo, “os amo tanto, tanto, que si mis huesos fueran velas, quisiera que se derritieran por mi amor, como se derriten esas velas que alumbran vuestro santo altar”.
Y la misma misteriosa voz le contestaba: “Agustín, ¿nada más?”.
“Señor, os amo tanto, que si tuviera tantos corazones como estrellas hay en el cielo, y gotas de agua en el océano, o granos de arena en las playas, con esos corazones os quisiera amar”, replicó el santo.
Y otra vez: “Agustín, ¿nada más?”.
Entonces, mirando con lágrimas en los ojos al sagrario, decía: “Señor, ¿cómo queréis que os ame más si el corazón humano ya no puede amar más? Pero incluso, yo os amo tanto, que si Vos fuerais Agustín y yo fuera Dios, yo dejaría de ser Dios para que Vos lo fuerais, y me contentaría con ser el pobre Agustín”.
Y oyó una dulce voz, que con gran amor le respondía: “Agustín, eso sí que es amor”.
Ahí tenemos un gran modelo de con qué amor nos debemos acercar a comulgar. Cuando vayamos a misa, hagamos muchos actos de amor a Dios antes de recibirlo en la Eucaristía; cuando tengamos ya a N.S. dentro nuestro, más actos de amor debemos a hacer, y después de la misa, como acción de gracias, también. Y si Dios quiere, llegaremos nosotros a ser también grandes santos, como el Obispo de Hipona.
RP Gastón DRIOLLET, fsspx