CÑ 43 - El deseo de comulgar

Fuente: Distrito de España y Portugal

Carta a los niños 43 | El deseo de comulgar

Hemos visto que el Sagrado Corazón de Jesús quiso quedarse verdaderamente en la Eucaristía. Pero si se ha quedado en el Sagrario, es para que lo recibamos mediante la comunión. Y la comunión es el principal medio de santificación, porque nos unimos de una manera muy íntima con Nuestro Señor, el cual, poco a poco, y si estamos bien dispuestos, va transformando nuestro corazón hasta hacerlo semejante al suyo, que en eso consiste la santidad: ser imagen de Jesús.

La primera disposición para sacar mayor provecho a la comunión es combatir a muerte el pecado. Pero también, el tener un gran deseo de comulgar, sabiendo que allí está Jesús esperándonos para llenarnos de todos los bienes. Muchas veces nos pasa que nos da igual si comulgamos o no, como si no fuera algo tan importante. ¡Pero no! Allí debe estar todo nuestro corazón y todos nuestros deseos, porque allí está Dios, que es nuestro fin.

Un ejemplo de un santo nos puede ayudar. Es San Gerardo María Mayela.

Tenía nueve años y amaba al Niño Jesús con locura. Siempre que podía se escapaba de su casa para ir a rezar a la Iglesia delante del altar. Cada vez le venían más ganas de recibir a Jesús sacramentado por primera vez (en ese entonces los niños hacían la primera comunión más grandecitos, y si ahora se puede recibir a partir de los siete años, se lo debemos a nuestro gran santo patrono San Pío X).

Un día no aguantó más. Llegado el momento de la comunión, fue al comulgatorio y se arrodilló el primero. Estaba feliz, porque iba a recibir a Jesús. Cuando el párroco se acerca al comulgatorio con el copón, iba a depositar la sagrada hostia en la boca de Gerardito, pero en ese momento lo reconoció y se dio cuenta de que todavía no había asistido a las clases de Catecismo, ni rendir los exámenes…y pasó de largo, a darle la comunión al siguiente.

Las lágrimas comenzaron a correr por las mejillas del niño, pero no se movió confiando que el párroco volvería a pasar. Pero al volver el párroco, lo saltó otra vez. Finalmente, volvió al altar y guardó el Santísimo. Cuál fue la tristeza de Gerardito, no la podemos imaginar. Ese día regresó triste a casa. No quiso comer nada y se encerró en su habitación. Nadie entendía de su familia porqué estaba tan triste.

Llegada la noche, se arrodilló cerca de su cama y comenzó a rezar a Jesús, diciéndole que se apiadara de él, que le quería recibir en la Eucaristía, porque sin Él su alma se sentía muy triste. Mucho tiempo se quedó rezando, deseando poder comulgar, cuando de repente, a mitad de la noche, su cuarto de inundó de una luz clarísima que venía del Cielo. Comenzaron a entrar muchos ángeles en la habitación, rodeando al niño y formando una corona. En ese instante, apareció San Miguel, el abanderado de los ejércitos de Dios, en el centro de toda aquella cohorte celestial. Traía en sus manos una hostia blanquísima que brillaba más aún en aquel mar de luz…

Qué pasó después entre el más grande de todos los ángeles del Cielo y ese humilde niño, no se sabe bien. Lo cierto, es que la luz se fue apagando poco a poco. Y partir de ese momento, Gerardito quedó más contento que nunca porque Dios estaba en su corazón. Esta fue la primera comunión de Gerardito ¿Deseamos nosotros comulgar como este santo niño?