CÑ 36 La Ascensión del Señor

Fuente: Distrito de España y Portugal

Carta a los niños 36 | La Ascensión del Señor

 

Ayer jueves se celebró la Fiesta de la Ascensión de Nuestro Señor Jesucristo, que la Iglesia sigue celebrando todos estos días.

Después de su resurrección, Nuestro Señor estuvo 40 días en esta tierra. Quiso quedarse un tiempo aquí, y no subir inmediatamente a los Cielos, para demostrar a los apóstoles la verdad de su resurrección, aunque no estaba continuamente con ellos, sino que se aparecía esporádicamente; y también, para instruirlos y darles los últimos consejos acerca de la Iglesia, que ellos debían gobernar y propagar por toda la tierra.

Pero, una vez llegado el día de la partida definitiva, Nuestro Señor se apareció por última vez en el cenáculo. Allí estaban los apóstoles, otros discípulos del Señor, y sobre todo, su Santísima Madre, la Virgen María. Nuestro Señor come con ellos, no sólo para mostrarles una vez más, la verdad de su resurrección, sino también para compartir con ellos la última comida de despedida.

Sin embargo, Jesús aprovecha para recriminarles su falta de fe en su resurrección, porque había algunos que todavía dudaban. Nuestro Señor quiere con esto, que su fe sea firme e inquebrantable.

Enseguida les deja su último mandato: “Id, y predicad el Evangelio al mundo entero. El que crea se salvará, y el que no crea se condenará”. Pero como para cumplir esta sublime misión se requiere una “fortaleza divina”, inmediatamente les manda que “se queden en la ciudad de Jerusalén, porque dentro de diez días, van a ser revestidos del poder de lo alto”, recibiendo al Espíritu Santo.

Cerca del mediodía, Nuestro Señor sale del cenáculo y se dirige hacia el Monte de los Olivos, seguido de sus discípulos y de su Madre. En el mismo lugar donde comenzó su suprema humillación, allí comenzará su suprema exaltación, cumpliéndose lo que Él mismo había dicho: “el que se humille, será exaltado”.

Al llegar al monte, algunos de sus discípulos, que todavía ponían equivocadamente sus esperanzas en la Jerusalén terrenal, le preguntaron: “Señor, ¿ahora establecerás el Reino de Israel?”. Pero Nuestro Señor les respondió: “no os pertenece saber los tiempos y los momentos que el Padre ha reservado a su poder. Vais a recibir el Espíritu Santo, que descenderá sobre vosotros y seréis mis testigos en toda Judea y Samaría, y a hasta los confines de la tierra”. Con esta respuesta Nuestro Señor le muestra que deben pensar más en la venida próxima del Espíritu Santo, que en la conversión de los judíos que sucederá en el fin de los tiempos.

Finalmente, llega el momento del adiós. Nuestro Señor mira a todos, sobre todo a María, su Madre querida, y a los doce que van a ser las columnas de la Iglesia, los bendice, y comienza a elevarse a los cielos, mientras sus discípulos lo siguen con la mirada, hasta que una nube cubre a Nuestro Señor. Y así, Nuestro Señor llegó hasta la presencia misma del Padre Celestial, seguido de todas las almas que había rescatado del limbo, hasta sentarse a la diestra de Dios Padre.

Los discípulos todavía tenían la mirada fija en el cielo, atónitos y maravillados, cuando dos ángeles se les aparecieron vestidos de blanco, y les dijeron: “Varones de Galilea, ¿por qué estáis mirando al Cielo? Ese Jesús, que se ha elevado al Cielo, vendrá un día de la misma manera que le habéis visto subir”.

Y, obedeciendo a la orden de su maestro, volvieron al cenáculo, donde se quedaron encerrados en retiro y en oración, junto a la Virgen María, aguardando la venida del Espíritu Santo.