CÑ 33 - Saadí, el Mago

Fuente: Distrito de España y Portugal

Carta a los niños 33 | Saadí, el Mago

Saadí era un mago de Persia. Un día se propuso recorrer el mundo para buscar “la felicidad”. Pasó delante de un palacio donde vivía un gran rey. Las paredes eran de mármol, las ventanas de bronce, las columnas todas adornadas de flores…detrás de las paredes se oía música y gente que danzaba. 

Entró el mago y preguntó si allí se encontraba la felicidad. Pero en ese momento, estallaba una revolución en el pueblo y las turbas amotinadas invadían el palacio real. Al poco tiempo la cabeza del rey, que unos días antes era aclamado por todos, era paseada a lo largo de la ciudad en lo alto de una lanza.

Hondamente emocionado, Saadí salió de aquel palacio, donde le pareció que iba a hallar lo que buscaba. Siguió recorriendo…una vez, ante él pasó un coche reluciente. Preguntó, y le contestaron que era el hombre más rico del mundo, que tenía muchas casas y criados, y que todo el mundo lo quería. Lo siguió, entró en su mansión y se puso a hablar con él, preguntándole si había hallado la felicidad. El mago pudo constatar que, en realidad, era un hombre enfermizo y que su salud corría riesgo por varias enfermedades. Además, la ambición no lo dejaba dormir y tenía tantas preocupaciones en sus negocios que no lograba tener paz…

El mago persa, decepcionado, echó a andar…Se encontró con dos jóvenes recién casados, ambos de gran hermosura, de familias acomodadas, y que estaban decididos a formar un hogar. Todos a su alrededor decían: “son jóvenes, se aman, ¡qué felices son!”. Saadí se quedó un tiempo cerca de ellos, observándolos para ver si en verdad eran felices. Pero detrás de ellos, aparecían las envidias, los celos, y al poco tiempo, la muerte se presentó a su hogar: el primogénito falleció recién nacido. Saadí huyó espantado y dolorido.

Durante muchos años siguió andando sin resultado. En ninguna parte encontraba la felicidad. La tierra le parecía un valle de lágrimas, en donde siempre había dolor.

Un día decidió huir de los hombres y se retiró a unas montañas escarpadas. Al verse rodeado de la naturaleza le pareció que había encontrado algo de paz. Mientras paseaba, se internó en un paraje donde quedó asombrado de la belleza del lugar…flores,  árboles…y se encontró, de repente, ante un templo todo de oro y perlas…Nada de lo que había visto hasta entonces, era semejante, ni el palacio del rey, ni la mansión del rico… Maravillado exclamó: “¡he hallado el templo de la felicidad!”. Se acercó, tocó el magnífico portón, pero nadie le contestó. Golpeó varias veces, pero nada. Gritó, y su sonido se perdía en la soledad.

Finalmente se decide, empuja con todas sus fuerzas el portón, rechinan los goznes, y entra…Era una catedral inmensa…Pero estaba todo vacío. Sólo había algo negro que se destacaba en medio de aquel palacio brillante. Se acerca…era un ataúd.

Inmediatamente, comprendió el mago persa que en este mundo no puede hallarse la felicidad, porque, aunque se tengan todas las alegrías posibles, al final nos espera la muerte que corta todas las risas y alegrías.

Ahora bien, en el Cielo, todo lo contrario, allí no hay ningún tipo de mal. Allí no hay muerte. Allí está Dios con todo su poder y bondad, con todo su amor y sabiduría, y con toda su gloria, el cual, es la única y verdadera fuente de la felicidad, y que desea compartir eternamente su grandeza, para con todos aquellos que hacen su voluntad aquí en la tierra.