CÑ 32 - El Cielo

Fuente: Distrito de España y Portugal

Carta a los niños 32 | El Cielo

El tiempo pascual avanza, aunque no lo percibamos por la cuarentena, y el domingo que viene es el último que Nuestro Señor resucitado estará con nosotros, porque, 40 días después de la resurrección gloriosa del Salvador, es decir, el jueves de la semana que viene, sube a los Cielos para sentarse a la diestra de Dios Padre.

Por tanto es muy conveniente que hablemos un poco del Cielo, el cual debe ser nuestro único anhelo en esta tierra. Un viajero o un peregrino sólo piensa en una cosa: en su destino, si no, no estaría viajando. Lo único que mueve al peregrino, y lo único que lo anima en las fatigas de su viaje, es el pensamiento del Santuario al que quiere llegar: sea Tierra Santa, Roma o Santiago de Compostela. El apóstol San Pedro dice que nosotros somos “peregrinos” en esta tierra (en este “valle de lágrimas”), y ¿cuál es nuestro santuario al que debemos llegar? El Cielo, a la vida eterna donde seremos felices para siempre viendo a Dios Nuestro Señor, que es la fuente de todas nuestras delicias.

Pero es tan grande y maravilloso ese “Cielo”, que es muy difícil hablar de cómo va a ser. Dios ha preparado algo tan sublime, tan divino, que apenas nos lo podemos imaginar.

San Pablo un día estaba en oración meditando sobre la gloria de Cristo, a quien tan tiernamente amaba. Y bajaron los ángeles, le cogieron y le llevaron a lo más alto del Cielo, y allí contempló,rápidamente y sólo una parte, las maravillas de la Ciudad de Dios…

Y otra vez bajó a las miserias y al polvo de esta tierra, y andaba como loco de alegría y no hacía más que pensar en aquellas cosas que había visto. Y los primeros cristianos que él mismo había convertido a la fe, le preguntaban: “Santo apóstol, ¿qué visteis en el Cielo?, ¿Qué oísteis?, ¿qué presenciasteis?”.

Y aquel apóstol que tenía tanta elocuencia para hablar acerca de las cosas de Dios, no sabía cómo expresar eso que vio fugazmente, y sólo respondía: “ni ojo vio, ni oído escuchó, ni entendimiento humano podrá jamás comprender los bienes inmensos que Dios tiene preparados en la eternidad para aquellos que, durante esta vida, le sirven con fidelidad y amor”.

Esto debe producir en nosotros un santo deseo de llegar al Cielo…de ver a Dios algún día, de ver a Nuestro Señor Jesucristo, a la Virgen María, a los ángeles y santos…de ser eternamente felices junto a Dios. Por lo tanto, pidámosle a Nuestro Señor Jesucristo que en estos días previos a su admirable Ascensión a los Cielos, nos llene de santos deseos de seguirlo.