CÑ 30 - Invocad a María
Carta a los niños 30 | Invocad a María
En los primeros días del siglo XVIII, en la ciudad de Nápoles, había un niño de unos diez años llamado: Alfonso María de Ligorio, que con el tiempo se convertiría en un gran santo y doctor de la Iglesia.
Un día se le acercó un muchacho apenas un poco mayor y le preguntó si quería jugar con él. Alfonsito le contestó que sí, pero el otro muchacho le puso como condición que sea por “algunas monedas”. Inmediatamente procedió a explicarle el juego que Alfonso dijo que no conocía. Alfonso era muy inteligente y rápidamente entendió de qué se trataba el juego. Entonces los dos niños se llevaron las manos a los bolsillos para sacar las monedas que iban a jugar…
Primer juego…lo gana Alfonsito. Segundo…lo gana Alfonsito. Tercero…lo mismo. El otro muchacho comenzó a enfadarse y a rabiar como una fiera. Alfonso le decía: “no te enfades, ya verás cómo ahora vas a ganar tú”.
Cuarta partida…la gana Alfonsito. Quinta…otra vez Alfonso. Su contrincante estaba ya que no veía de rabia. Metió la mano en el bolso, sacó una moneda y le dijo: “Mira tú, Alfonso…es la última. Si me ganas esta, me has ganado todo el dinero que tenía”. Alfonso le contestó con la mayor bondad: “a lo mejor ahora empiezas a ganar tú y me llevas lo que te he ganado yo y todo el dinero que traía”.
Y jugaron…y también ganó Alfonsito. Entonces aquel muchacho, fuera de sí, se tiraba de los pelos, pegaba patadas contra el suelo, y echando por la boca unas palabrotas muy feas, se arrojó sobre Alfonso como si le quisiera pegar diciéndole: “¡Mentiroso! me habías dicho que no conocías el juego y sabías más que yo y por eso me has ganado todo el dinero”. Y al decir esto decía más insultos y palabras malas y asquerosas.
Entonces Alfonsito no aguantó más. Aquella actitud y sobre todo aquellas palabrotas le llenaron de pena. Metió las manos en el bolso, sacó todas las monedas que le había ganado, y se las tiró a la cara diciéndole: “ahí tienes tu dinero, desgraciado ¿por unas moneditas ofendes tanto a Dios?”.
Rompió a llorar y se marchó. No lejos de aquel lugar había un jardín con árboles espesos. Alfonso se internó en lo más profundo, sacó una estampita de la Virgen que siempre llevaba consigo, la clavó con un alfiler en un árbol, cayó de rodillas y se puso a rezar…
Queridos niños, ya saben que no se deben decir malas palabras porque ofenden al Inmaculado Corazón de María. En cambio, debemos de llenar nuestra boca y nuestros corazones de alabanzas e invocaciones de María a semejanza de San Alfonso. Cada vez que nos venga una tentación de decir algo malo, pensemos en la Virgen y pronunciemos su nombre con devoción y confianza y veremos cómo la tentación de disipa.
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Padre Gastón Driollet, fsspx