CÑ 21 - La virtud de Fe

Carta a los niños 21 | La virtud de Fe
En el Evangelio del día de ayer (que pueden encontrar en sus misales en el Domingo I después de Pascua), la Iglesia nos presenta una aparición de Nuestro Señor resucitado a los apóstoles.
El mismo día de la resurrección, el domingo de Pascua, se aparece Nuestro Señor a los apóstoles, que estaban encerrados en el cenáculo por miedo a los judíos. Al verlo, los discípulos se asustaron porque pensaban que veían a un fantasma. Pero Jesús, para demostrarles de que era un “cuerpo real” el que veían, les pidió algo para comer, ya que al verle comer, se convencerían de la verdad de la resurrección, porque los “fantasmas no comen”.
Pero en esa primera aparición no estaba el apóstol Santo Tomás, el cual, cuando le contaron sus compañeros que vieron al Señor resucitado, no les creyó y dijo muy temerariamente, que no iba a creer hasta que “él mismo no pusiera su dedo en el agujero de los clavos y su mano en el costado abierto por la lanza”.
El domingo siguiente se aparece nuevamente Jesús a sus discípulos, estando también Tomás entre ellos. Y después de saludarlos, Nuestro Señor se dirige a su incrédulo apóstol, para que se acercara y metiera su dedo dentro del agujero de los clavos y su mano dentro de su costado. Fue tan grande la impresión del apóstol, después de corroborar la resurrección de su Maestro, que cayendo de rodillas, adoró a Jesús reconociéndolo como verdadero Dios: “Señor mío y Dios mío”. “Porque me has visto, has creído. Bienaventurados los que sin ver creyeron”, le dijo Jesús.
Nuestro Señor le reprocha a Tomás no haber creído, no haber tenido “fe”. ¿Qué es la fe? Es una virtud sobrenatural, que infunde Dios en nuestra alma, por la cual creemos que es verdad todo lo que Dios revela, apoyándonos en la autoridad misma de Dios, que no puede engañarnos ni engañarse. Por la fe creemos aquellas cosas que no podemos ver. Cuando vemos el sol, no decimos que creemos que existe porque lo vemos, todo el mundo sabe que existe el sol, porque todos lo ven. Pero hay muchas cosas que Dios nos revela, que nosotros no podemos ver, pero que sin embargo tenemos que creer, como por ejemplo, la resurrección de Nuestro Señor.
Dios quiere que tengamos fe en Él, y que creamos todo lo que nos revela, aunque nosotros no lo veamos. Dios se complace mucho en aquellos que tienen fe. Nadie puede agradar a Dios si no tiene fe. Nosotros no hemos visto a Nuestro Señor resucitado como el apóstol Tomás, pero, aunque parezca una desventaja, no lo es, porque Nuestro Señor dijo: “bienaventurados los que sin ver (como nosotros) creyeron”. Por el contrario, no hay injuria más grande a Dios que no creer en Él. Es por eso que sin la fe, nadie puede ir al Cielo.
Cada vez que comenzamos a rezar debemos hacer un acto de fe en Dios: “Señor yo creo en Ti, y en todo lo que Tú me has revelado”. Y debemos agradecer todos los días a Dios, que nos haya dado la virtud de fe. Si no tuviéramos fe seríamos las personas más desdichadas del mundo. En cambio, como le dijo Nuestro Señor a Tomás, los que tienen fe son bienaventurados, porque la fe es una semilla del Cielo, y si guardamos la fe vamos a llegar un día a ver cara a cara a Dios, lo cual será nuestra alegría eternamente.
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