Carta a los niños 8

Fuente: Distrito de España y Portugal

La Obediencia

Queridos niños:

Seguro que se acuerdan cómo comenzó la historia de los hombres. Dios creó a nuestros primeros padres, Adán y Eva. El buen Dios los llenó de bienes y los colocó en el paraíso terrenal. Sólo un mandamiento les había dado: que no comieran del árbol de la ciencia del bien y del mal. Ya saben lo que pasó después: el demonio tentó a nuestros primeros padres y estos cayeron desobedeciendo el mandato divino. Y así por la desobediencia de Adán entró el pecado en el mundo (ya que el pecado original se transmitiría a todos sus descendientes), y por el pecado vino la muerte a los hombres como castigo.

¡Cuántos males se produjeron por culpa de una desobediencia!

Ahora bien, tuvo que venir Nuestro Señor para solucionar este problema. Y ¿saben cómo lo hizo? Por medio de la obediencia. Nuestro Señor tuvo que reparar la falta de los hombres de una manera contraria a la caída de estos. Dios Padre había dispuesto que muriera en la cruz, y Nuestro Señor aceptó por obediencia a su Padre: “que se haga tu voluntad y no la mía”, dijo en su agonía en el Huerto de los Olivos.

Pero no sólo al final de su vida nos dio ejemplo de esta virtud Nuestro Señor. Cuando era niño como vosotros, también fue obediente a San José y a la Virgen María, nos dice la Sagrada Escritura.

¿Saben cuál es la virtud propia de los niños? La obediencia. Y esto es así, porque un niño no sabe bien todo lo que necesita y conviene, por lo que es necesario que obedezca a sus padres, que sí saben lo que es bueno para vosotros. Además los padres tienen una autoridad sobre vosotros que les viene de Dios, por lo que al obedecer a sus padres obedecen también a Dios.

El niño que sabe obedecer va a ir siempre por el buen camino, imitando a Nuestro Señor Jesucristo, y va a salvar su alma. El que es desobediente corre el riesgo de que su alma se “muera” por el pecado, a semejanza de Adán, que por su desobediencia trajo la muerte al mundo.

Pidámosle al Sagrado Corazón de Jesús que nos enseñe a obedecer como Él lo hizo, rápidamente y sin quejarnos ni murmurar por lo que nos mandan, ya que si Nuestro Señor aceptó todos esos sufrimientos sin quejarse, nosotros que tenemos que obedecer en cosas más fáciles, deberíamos hacerlo con docilidad.