Carta a los niños 14

Fuente: Distrito de España y Portugal

La Eucaristía

Ayer dijimos que nuestro Señor Jesucristo, en un día como hoy, instituyó los sacramentos del sacerdocio y el sacramento de la Sagrada Eucaristía.

¡Nunca comprenderemos del todo la grandeza de este sacramento, y lo que significa que Nuestro Señor mismo se haya quedado con nosotros en la Eucaristía! Sólo en el cielo entenderemos lo que hizo Nuestro Señor al instituir este sacramento.

Sabemos que la Eucaristía es el principal de los siete sacramentos. Todos los sacramentos tienen como fin comunicar la vida divina a nuestras almas: la gracia santificante. Todos los sacramentos “contienen la gracia”, pero la Eucaristía contiene “a Dios mismo”, al autor de la gracia. Y por eso es el más grande de los sacramentos, porque Jesús mismo está verdadera, real y substancialmente presente en la Eucaristía, con su cuerpo, sangre, alma y divinidad.

Se puede comparar a la Eucaristía con el sol. El sol contiene la luz y comunica su luz a través de los rayos. Ahora bien, en la Eucaristía está Nuestro Señor, y comunica la gracia santificante a través de los otros sacramentos.

Todos los sacramentos y toda la vida de la Iglesia giran alrededor de la Eucaristía. Y nuestra vida también debe tener como centro la Eucaristía. Es por eso que los niños estudian el catecismo durante un tiempo para recibir la primera comunión. Y todos los fieles deben prepararse cada semana, para que cuando llegue el domingo, puedan recibir la santa comunión lo más dignamente posible.

La Eucaristía ha sido instituida como alimento, para significar que si queremos crecer espiritualmente en la vida de la gracia y en amor a Dios, el medio más eficaz está en este sacramento.

Cada vez que comulgamos recibimos a Dios mismo, a Jesús en nuestras almas ¡Qué pura y limpia debe estar nuestra alma para recibir a Jesús! Es muy importante que antes de comulgar nos preparemos bien, sobre todo por la oración. También nos preparamos a recibir a Nuestro Señor, llevando una vida más santa y evitando el pecado. Tenemos que pedirle a la Virgen María que nos ayude a limpiar nuestra alma de todos nuestros defectos para poder recibir cada vez más dignamente a Jesús. Y después de comulgar debemos quedarnos un tiempo agradeciendo a Jesús por haber venido a nosotros.

Cada vez que comulgamos nos transformamos en Nuestro Señor por unos instantes ¡Qué misterio tan grande! ¡Cuánto debemos agradecerle a Dios por este inmenso beneficio!

Como no podemos ir a misa esta tarde a recibirlo sacramentalmente, hagamos una comunión espiritual desde nuestras casas y adoremos a Jesucristo sacramentado y agradezcámosle por este último regalo que nos hizo antes de morir en la cruz por nosotros.