¿Fue Mons. Lefebvre suspendido a divinis?

27-10-1975

El Card. Villot escribe a las jerarquías del mundo para decirles que dejen de incardinar a los sacerdotes de la Fraternidad de San Pío X, puesto que había sido suprimida.

12-06-1976

Mons. Benelli escribe a Mons. Lefebvre diciéndole que no ordene sacerdotes sin el permiso de sus obispos diocesanos.

29-06-1976

El arzobispo lleva a cabo las ordenaciones previstas.

01-07-1976

Se declara la suspensión del arzobispo y de los sacerdotes recién ordenados.

Observemos en primer lugar que la Iglesia, al aprobar la Fraternidad San Pío X, aprobó también que vivía, esto es, que disponía de todos los medios ordinarios para llevar a cabo su vida religiosa y cumplir su finalidad. Esto es fundamental cuando se toma en consideración la nulidad de su supresión.

Luego, no habiendo sido suprimida la Fraternidad San Pío X, era injusto evitar que los candidatos se adhiriesen a ella. Y puesto que, en primer lugar, el Card. Wright había escrito una carta de alabanza, y en segundo lugar el obispo Adam (de Sion) había decidido que la Fraternidad San Pío X, al ser interdiocesana, podía generalizar el procedimiento de incardinar directamente en ella a sacerdotes religiosos que se le unían, Mons. Lefebvre podía presumir razonablemente su derecho a incardinar. Luego el pro­blema real era más que canónico.

Pero lo fundamental es que se trataba de un ataque a la Misa tradicional.

En las tres semanas previas a las ordenaciones que iban a tener lugar el 29 de junio de 1976, Mons. Lefebvre acudió a Roma hasta seis veces, donde le pidieron que estableciese relaciones normales con el Vaticano, y diese prueba de ello diciendo misa según el nuevo rito. Se le dijo que si la misa de ordenación del 29 de junio tenía lugar con el misal de Pablo VI, toda oposición desaparecería. Esta oferta fue llevada a Mons. Lefebvre la víspera de la fiesta: una Nueva Misa, y todo iría bien. En esto vemos, todavía con mayor claridad, la única razón fundamental para la campaña contra Mons. Lefebvre y su Fraternidad: su adhesión exclusiva a la antigua Misa y su rechazo a decir la Nueva.

Ahora bien, por un lado la Nueva Misa no puede decirse, y por otro la misa antigua siempre se puede. Luego las suspensiones son nulas: canónicamente, por ser injustas, y fundamentalmente porque estaban pergeñadas para hacer desaparecer la Misa latina tradicional. (Mons. Lefebvre solía decir irónicamente que había sido suspendido legalmente de utilizar… la nueva liturgia.)

Pero aunque injustas, ¿no debían haberse aceptado esas censuras?

Si sólo iba a sufrirlas quien incurría en ellas, entonces sí, era la forma más perfecta de actuar. Pero si era cuestión de privar a innumerables almas de las gracias necesarias para la salvación, entonces no, no se podía.

Ante tan lamentable campaña de supresión, lo único que podía hacer la Fraternidad San Pío X era continuar.

Por lo demás, Roma siempre ha reconocido tácitamente la legítima continuidad de la Fraternidad (p. ej., cuando en mayo de 1988 el Card. Ratzinger aceptó el principio de que se consagrase un obispo de entre los sacerdotes de la Fraternidad) y la nulidad de las suspensiones (p. ej., cuando en diciembre de 1987 el Card. Gagnon no dudó en asistir como prelado a la Misa del arzobispo “suspendido”).